Alicia murió, me dijeron. Hace unos meses. ¿No te enteraste?.
Repentino, fue repentino. No se pudo hacer nada. Las palabras de
siempre. No lloré. No la quería. No me quiso nunca. Yo sé que no éramos
del mismo palo. La vida, el destino ¡qué se yo! nos habían bardeado por
distintos rumbos y cuando nos conocimos, simplemente, no congeniamos. No
hay química, suelen decir.
Alicia murió, me dijeron. Dejó una
hija pequeña. Pensé en que era una buena mujer. Aunque no éramos del
mismo palo. Alicia sabía defender sus ideales, ¡y los tenía! Y por eso
yo le temía. Era ese miedo ¿envidia? ese sentimiento sin nombre que el
ateo siente frente a los que tienen fe. Algunas veces intenté acercarme
pero no hubo caso, no me aceptaba. Mi vida pobre, de costumbres
aburguesadas, la irritaba. Su militancia partidaria me fastidiaba.
Alicia
murió, me dijeron. Los que tienen ideales, pensé, pagan un precio por
la vida. Los que creen, como Alicia, pueden roer las paredes, rodear el
mar. Ella lo sabía. Alicia sabía de la eternidad de los dogmas. Yo no.
Yo creo en la fuerza de la historia y ¿en cambio?, veo la muerte en el
futuro. No éramos del mismo palo. Alicia murió, me dijeron, y yo
también.
Acerca de la autora:
Ada Inés Lerner
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