viernes, 3 de agosto de 2012

La carnada – Diana Sánchez


Artemia vivía en la isla del Jabalí, Bahía San Blas. Su padre era filetero. Su madre también. Sus hermanos, tíos y primos. Artemia no hablaba. Tampoco sonreía. No salía con varones ni con chicas. Sólo limpiaba pescado. Y lo fileteaba. Pescadilla, chucho, pejerrey, corvina, lenguado. Gatuzo.
Un día, Eulalia, la prima, cumplió quince años. La fiesta fue en el Club Social y Deportivo. Eulalia tenía un vestido blanco y flores en la cabeza. Había guirnaldas, una torta con cintitas, vino blanco. Y sidra. Artemia quedó sola en medio de la pista, después del vals. Cuando enfilaba hacia las mesas, sintió que la tocaban suavemente en la espalda. Un hombre, desconocido, la invitó a bailar. Artemia no sabía hacerlo, pero no se rehusó. Bailó con Isaías hasta que la fiesta fue solo un recuerdo.
Los domingos también se fileteaba. Artemia, entre sangre, tripas y espinas, no podía dejar de pensar en Isaías. Y casi se muere de vergüenza cuando lo vio aparecer en la puerta de la filetera. Se secó las manos con torpeza. Intentó arreglarse el pelo, se quitó el delantal. Y salió al encuentro.
Se casaron en la iglesita de los croatas, sobre la ría. Artemia estaba feliz. Soñaba con irse de la Bahía y nunca más volver a filetear. Isaías le había prometido el campo. Criarían a sus hijos entre gallinas, ovejas y corderos. De pescados, ni hablar. La noche de bodas, Artemia se escurrió pudorosa y virgen en la cama. Y esperó.
Isaías se echó sobre ella. Su cuerpo frío y gelatinoso empezó a moverse zigzagueante en coletazos espasmódicos hasta alcanzar al fin, un maravilloso y oceánico orgasmo.

Acerca de la autora:

No hay comentarios.: