martes, 10 de julio de 2012

Operaciones riesgosas - Sergio Gaut vel Hartman


—Este es el que me operó —dijo Adilas señalando a un hombre alto, de gran mostacho y habano entre los labios.
—¿Y qué te hizo hacer? —Gastro contempló a su amiga con expresión admirativa. Era la primera vez que ella admitía haber sido una marioneta.
—Me hizo ir a Génova para visitar a una tía anciana que estaba a punto de morir.
—¿Por qué no fue él en persona?
—Lo entusiasmaba la idea de usar una marioneta, me parece.
—O tal vez sea una persona impresionable y no quiso estar presente en el momento del fallecimiento de la tía.
Fue el turno de Adilas para sorprenderse. —Nunca lo pensé de ese modo. La tía había sido una sobreviviente de Dachau y tenía un aspecto tétrico.
—¿Y murió?
—No, aún vive. La operaron varias veces; en la última la embutieron en un cuerpo nuevo, flamante, una de esas prótesis totales de plexicarne.
—Sé lo que son. Mi padre vive en uno de esos cuerpos.
—La experiencia de ser una marioneta es alucinante.
—Me gustaría que me operes —dijo Gastro impulsivamente.
—De acuerdo. —Adilas sacó un cuchillo del cajón de los cubiertos y abrió el pecho de su amigo. Una maraña de cables saltó como si se tratara de una nidada de aspides. La mujer dio un paso atrás y soltó el utensilio, que rebotó contra el piso de mosaico produciendo un sonido similar al de una campana.
—¿Te sorprendí? —dijo Gastro. Sonreía beatíficamente.
—No demasiado. Una marioneta y un ciborg. ¡Qué pareja podríamos formar! ¿Tendrán que volver a cambiar la legislación?
—Es posible.
Adilas levantó el cuchillo y lo puso en su sitio. Luego se acercó a Gastro, retiró uno de los cables del pecho y se lo puso en la boca. La descarga eléctrica la arrojó contra la pared.
—¡Por las barbas del Profeta —exclamó Gastro—; qué mujer especial!
—No te confundas —dijo ella levantándose con dificultad—. Soy un desastre en todo, empezando por la cama y terminando en la cocina.
Gastre rió. —Nunca falta un roto para un descosido. 
—Atenta a la indirecta —dijo Adilas bajando un costurero del aparador—, te voy a coser. Hago unos zurcidos invisibles que llenan de orgullo a mi bisabuela.
—Llenaban —corrigió Gastro.
—Llenan. Mi bisabuela es la marioneta preferida del presidente de los Estados Unidos.
—¿El chino?
—El mismísimo Huang Tsé Kiang. La opera desde hace quince años; lo hacía aún antes de ganar las elecciones del 2044.
—¿Es médico, el chino ese?
—De los mejores. Cirujano Acupuntor de la Escuela Reikista de Nevada.
—Yo no me dejaría operar por él.
—Para eso tendrías que ser marioneta, no ciborg.
—Es cierto, perdón, me olvidé.
Adilas se concentró para enhebrar la aguja. Se concentró tanto que terminó convertida en un punto y después desapareció. Gastro, desolado, se arrancó todos los cables y si bien no murió, porque los ciborgs no pueden morir, dejó de existir, por lo menos en este cuento ridículo.



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