domingo, 8 de julio de 2012

La espera inútil - Micaela Álvarez


A unos pasos del Cielo, lo vi.
Era él, sí, no había duda. Pasa que Rogelio no podía creer lo que había pasado y se atascó en pleno vuelo.
—¿Qué haces acá, che? —le dije con mi mejor sonrisa de amigos.
—No sé, pero decime vos, cómo andas y en dónde estamos, porque no entiendo bien y hace mucho que no te veo.
—Y sí, pasa que estuve con la gorda y los chicos, nos fuimos de vacaciones y yo nunca más volví, por eso estoy acá; sabes, tenemos que seguir hasta ese cartel, ese que está en amarillo ¿lo ves? Bueno dicen que ahí está San Pedro.
—Sí, eso ya me lo dijeron pero no entiendo.
—¿Qué no entendes Ro?
—¿Por qué estamos acá y todo eso?
—Bueno cada quien deja la vida como puede, después hay una ruta que se divide en un momento en tres grandes caminos, está el Cielo, el Purgatorio y el Infierno. Este lugar es el Descanso porque son muchas horas de viaje ¿viste?; mirá allá está ese café del que todo hablan, te invito a tomar algo, ¿dale?
—Bueno, pero no tengo un mango.
—Yo tampoco, acá no se paga, sólo se invita; siempre el mismo colgado vos, che.
Entramos al bar, yo me sentía contento de haberlo encontrado después de tantos años sin saber nada de él, pero me preocupaba mucho que no quisiera entrar al Cielo.
—Ya sé, ¿no me digas que tenés miedo?
—No miedo no, y entiendo todo lo que me decís, pero no sé si tengo que ir, sabés, mi familia no está acá todavía y no sé...
—Bueno ya les va a tocar, no te apures, esperálos adentro, si estás acá es porque vas directo al Cielo, si no unos ángeles te hubieran llevado a alguno de los otros caminos ¿viste?, acá no te dejan llegar a donde no debés; ¿y qué vas a hacer? ¿Te vas a quedar acá como un boludo vaya a saber cuántos años? No, viejo, no, esperálos adentro te digo. Hablando de esto ¿no te dieron el folleto?
—No, ¿qué folleto? ¡¿Ves, ves?! Por eso no me gusta morir, te tratan como si fueras un boludo y te lavan el cerebro
—No, pero ¿qué decís?
—Sí, es así, vos no te das cuenta, ya compraste el cuento ¡que vivo!
—Nada que ver, no jodas...
—Al final ¿qué Cielo ni qué Cielo?, es lo mismo que cuando vivíamos y teníamos ese laburo de porquería y esa existencia infame.
—Bueno mirá Ro, se ve que hay muchos indecisos como vos, ¡este café está que explota! Yo voy a pedir.
—Dale.
—Mozo, tráiganos dos cafés y cuatro medialunas, por favor, ¡ah! y sacarina porque no me gusta el azúcar.
Ro vos tenes que sentirte privilegiado, la mayoría no llega acá, hiciste las cosas bien se ve, entonces disfrutalo, allá adentro hay miles de cosas que valen la pena, y tu familia ya va a llegar, sólo tenes que aguantar unos años, no sé, lo que Dios diga.
—Sí ya se, pero si son unos años, ¿qué me cuesta esperarlos acá? No pierdo nada, es más, necesito ese tiempo para mí, porque nunca lo había valorado, ¿sabes?
—¿Pero de qué tiempo me hablas? ¿Qué joraca vas a hacer acá? ¡Te van a salir raíces en lo pies! ¡No jodas!
—En serio te digo Esteban, ya fue, yo me quedo acá y los espero.
—Bueno viejo, entonces cuando sea nos vemos adentro ¿eh?
—Sí y jugamos al ajedrez como antes
Memoricé la situación con tristeza. Ese día, tarde o noche, no lo sabría decir porque allí no existe verdaderamente el tiempo como lo conocemos, charlamos de todo, lo que habíamos soñado, aquellas cosas que nos perdimos por no arriesgarnos, las cosas lindas de la vida, la familia, la escuela, los momentos de descanso en el laburo, los viajes juntos en colectivo, las vacaciones compartidas, los perros que tuvimos y que esperábamos encontrar en el Cielo, la extrañeza de saber que de verdad existía Dios y todo eso que nos era desconocido nos lo explicarían a unos pasos del café. Rogelio se quedó, aunque le insistí mucho, no me dio bola; lo triste es lo que pasó después.
Habían transcurrido lo que en vida serían cincuenta años, y ni noticias de Amanda, su esposa. Yo lo podía ver desde una de las rejas, pero él a mí no, porque nunca salió del café y nunca en todo ese tiempo sacó sus ojos del camino que da al Cielo. La esperaba con locura, se tomaba café tras café, lo vi llorar, y ahí se me estrujó el corazón, ¿qué iba a hacer yo? ¡Nada, no podía hacer nada! Hasta que un día, ¡me costó reconocerlo! ¡Qué viejo estaba! Venía caminando muy lento, Jorge, sí Jorge, su hijo mayor. ¡Ni Rogelio ni yo pudimos creerlo y lloramos como locos en la distancia! Rogelito salió corriendo a recibirlo, vi que se abrazaron y entraron al café, charlaron largo  y tendido, pero después ¡sólo salió Jorge!, “no me jodas” pensé “el boludo se quedó en el café”.
Y cuando llegó Jorge al Cielo me acerqué, hablamos mucho y sobre todo esto que había pasado, y ahí me dijo:
—No. Él no viene porque espera a mi mamá, ¿sabes?
—¡Pero tu mamá se murió hace quince años me dijiste!
—Sí, por eso no entiendo
Cansado de esperar a Rogelio, fui a la Administración en busca de respuestas y ahí lo supe.
La muy turra, porque no encuentro otra palabra, le había metido los cuernos y por eso no iba a llegar nunca al Cielo, es más, ni siquiera estaba en el Purgatorio, porque por el largo tiempo que estuvo con el amante la mandaron directo al Infierno. Yo me quedé mudo, no lo podía creer de Amanda, pero así era. No le dije nada a Jorge porque no quería que se pusiera mal, además no me correspondía, pero no me aguanté más y ahí mismo en la administración rogué que le avisen a Ro, porque no soportaba más verlo sufrir.
Lloró muy triste apenas se enteró.
Cuando nos quisimos acordar, ya llevábamos tiempo acá, hasta jugamos ajedrez y todo.
Incluso Rogelito querido, encontró a su primer amor, y ahí esa historia no se las cuento yo, mejor lo dejo a él.

Acerca de la autora:
Micaela Álvarez

No hay comentarios.: