domingo, 8 de julio de 2012

¡Eh, Lucho, volvé! – Ana Cherñak


Como todos los días la niebla espesa y fría los persigue. Solo les permite ver hasta donde llega la mano extendida. De abajo, desde la basura sube un olor nauseabundo, muchos llevan un pañuelo tapándoles la nariz y la boca. La muchedumbre se abalanza. A veces entre esos náufragos hay seres temibles. Los chicos hasta con la basura juegan, demorándose entre las latas.
Lucho, tal vez el menor, avanza a zancadas con su pierna única, sucio, la piel encostrada de hollín y un andrajo envolviendo el muñón. Parece camuflado, vestido con desperdicios. Se entierra, mete primero una mano, con brazo y todo, después la otra y se ríe. Atraido por la blandura resbala entre cáscaras vidrios y bolsas de plástico. Flotando y con los ojos enrojecidos Lucho se apoya en un palo, toma su bolsa con las dos manos y aspira profundo... Penetra por su nariz y la boca abierta un aire transparente, tibio, todo su cuerpo siente el olor del pan, corriendo entra en la panadería, se calienta un poco cerca del mostrador y toma un bollo, la masa apenas roza su lengua cruje, traga un polvo crocante, dulce, sabroso. Sale caminando despacio, sintiendo en cada paso la goma de sus zapatos nuevos morder la vereda. Sube a su bicicleta roja reluciente y se dirige a su casa de paredes blancas, una mamá y un perro lo esperan en la puerta. Pedalea contento, el viento fresco y claro le despeina el pelo limpio y se le mete por debajo de la remera, en la espalda tiene el número 10. Lucho llega, afirma el pedal en el cordón de la vereda justo cuando los chicos del barrio lo llaman a jugar a la pelota. No entiende porque una voz, desde muy lejos, le pide que vuelva ¿qué vuelva a dónde?

Acerca de la autora:
Ana Cherñak

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