sábado, 2 de junio de 2012

Teólogos navegantes – Héctor Ranea


—¡Flautas! —entró diciendo el Capellán Mayor de Santa Eufrasia y San Belario de Monte Pio —¡Por más que busco en Internet, no encuentro ninguna mención a este desaguisado!
—¡Está descabellándose, Padre Monrovio! —le dijo la Segunda Aprendiz de Nursery del Convento de las Pías Eufrasianas—. Le va a dar un soponcio. Deje que llame a las novicias para que limpien el claustro.
—¡Pero no sólo caen en el claustro, hermana Melenia! ¡Cayeron en el obelisco del parque, en la plaza del Comandante, en el kiosko de la ladera, dappertutto! Perdone mi italiano. No lo comente con el Obispo, se lo ruego.
—¡Ay, Padre Monrovio! No se lo contaré, pero contrólese, se lo ruego. Hay menores...
—Pero, Hermana. Esto que está sucediendo es grave. Ni siquiera figura en los Apocalipsis oficiales.
—¿Los Apocalipsis? Creí que había uno y sólo uno.
—Bueno... —el Padre se sonrojó y carraspeó, molesto consigo mismo—. La verdad es que....
—Me temo que está excediendo sus atribuciones. ¿Tiene puesto el control arzobispal en Internet?
El Padre miró hacia el piso. Era evidente que había logrado una versión modificada del navegador Navis Celestialis que le permitía el acceso a los libros restringidos.
—¡Usted está leyendo los libros sólo permitidos para los Superiores Illuminati! ¡Esto debe conocerlo el Obispo, Padre Monrovio! ¡Vergüenza debiera darle!
—¡No se lo cuente, se lo ruego! —dijo casi gritando del énfasis, Don Monrovio—. Estos eventos deben ser contados. Si me incineran vivo nadie los conocerá, Hermana.
—La ignorancia, y usted lo debería saber mejor que nadie, Padre, es la mejor amiga de la Iglesia —sentenció Melenia, mientras rauda mandaba un mensaje de texto ilustrado con la cara desencajada de Monrovio, ya a punto de ser destituido.
Él corrió a la calle, donde las funestas procesiones estáticas estaban desparramadas, mientras más cohortes caían como lluvia de paraguas con alas, paraguas negros y verdes, alas blancas y rojas. Mala suerte tienen los réprobos. Mientras corría como demente por el centro de la plaza de toros, un arcángel de alas variegadas, se desplomó sobre él, lanza en ristre. Ambos fueron encontrados por las patrullas vaticanas de limpieza, pero sólo cremaron al ex-Padre Monrovio, a guisa de ejemplo para generaciones futuras.


Acerca del autor:
Héctor Ranea

2 comentarios:

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Que me haya gustado este cuento no es ninguna novedad. Por irreverente, por desenfadado, por transgresor, por divertido, porque Ranea es un escritor de PM.

Ogui dijo...

¡Gracias, Maestro! ¡A desempolvar las velas!