sábado, 2 de junio de 2012

Homicidio involuntario - Isabel María González


“Mira que duele tener el puñal de tu ausencia clavado en mi pecho pero sé con certeza que moriré desangrada si lo arranco. Solo tú podrías hacerlo porque tienes las llaves de mi alma y de mi casa. No quiero morir”
La nota, descartaba el suicidio y dirigía, como siempre, las sospechas hacia los más allegados.
La víctima debía conocer y confiar en su asesino porque no había cristales rotos ni cerraduras forzadas. Todo estaba en orden, no había indicios, no había arma del crimen, solo su cuerpo frío e inerte yacía en el suelo en una posición inesperada, con los ojos muy abiertos y una expresión en su rostro de mi amor, no entiendo nada. Un gran charco de sangre derramada y en sus pupilas dilatadas, todavía el reflejo de una cara.
Expertos en lenguaje no verbal pudieron constatar en el gesto de su muerte que le amaba. El caso fue resuelto en pocos días, numerosos testigos confirmaron que solo para él tenía esa mirada.
En el momento de su detención, los policías no se atrevieron a esposarle ni a leerle sus derechos, mudos, pálidos ante la visión de un hombre con un puñal clavado en el pecho que se entregaba sin oponer resistencia.
El caso despertó una gran expectación. Fue un juicio rápido lleno de flashes y retransmisiones en directo. Todos querían la mejor instantánea del hombre del puñal. Rehusó cualquier tipo de defensa. Se declaró culpable de haberla amado mal y tanto. Aseguro que el móvil del crimen fue la compasión porque no soportaba más su sufrimiento y cuando le preguntaron por el arma, el acusado dirigió la mirada hacia su pecho y después, con los ojos llenos de lágrimas, miro a cámara. Fue un minuto largo de silencio que espontáneamente todos respetaron y siguieron. Moriré si me la arranco.


Acerca de la autora:
Isabel María González

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