martes, 12 de junio de 2012

Postre – Héctor Ranea


—Contramaestre, páseme la caja de caramelos, por favor! —el capitán hizo un gesto indicando vagamente hacia donde él creía que estaban.
—Por supuesto —contestó el aludido, pero en el instante en que se levantó de su asiento, un fuerte sacudón lo arrojó hacia el otro lado.
—Un destello —murmuró mientras se revisaba la herida en la frente—. Seguro que fue un destello.
—Esto no estaba previsto, Bradbury. ¿Qué pasa con los pronósticos meteorológicos? No fallaban antes tanto como ahora.
—Es el peor periodo en tres siglos, capitán. Es el cambio climático. Y no da respiro.
—Así debe ser, si lo dice usted. Experto en clima como pocos, ¿no? —dijo el capitán palmeando virilmente el hombro de su contramaestre.
—Modestamente —contestó el hombre, bajando la cabeza, halagado.
—Bueno. Tráigame la caja de caramelos y vaya a hacerse curar esa herida.
Bradbury le trajo los caramelos refrescantes. El capitán agradeció y el otro salió de la cabina directo al hospital. En eso suenan las alarmas de la nave y de los altoparlantes un alerta: “¡Tormenta a babor, velocidad c sobre dos, impacto en diecisiete!”
Apenas llegó en tiempo al hospital. La llegada de la tormenta se sintió como si la nave fuera la cuenta del final de un látigo y toda ella tronó como construida en madera seca. Por suerte para Bradbury, para cuando llegó, él ya tenía los cintos electromagnéticos activados. La voz en los altoparlantes siguió alertando: “¡Temperatura exterior 451 F y subiendo!”.
El contramaestre airado gritó:
—¿Será posible que sigan hablando en grados Farenheit! —sin preocuparse por la situación de la nave, ya que esa temperatura era apenas la décima parte de lo que estaba preparada la nave para resistir.
—¡Estamos fritos! —había dicho el médico en referencia a la temperatura de la superficie externa de la nave—. Si no nos autorizan a subir la coraza, nos frita.
El Sol era un queso Emmenthal de tantas manchas y erupciones que pululaban en su superficie. Nadie tenía idea de qué había provocado tanto cambio en la atmósfera solar, pero ahí estaba, incontrolable como sólo el Sol puede serlo. Bradbury, acostumbrado a estos avatares, puso unas manzanas ligadas con imanes a las paredes. Para la próxima comida tendría manzanas asadas al Sol. Si bajaba al comedor, le convidaría al capitán.

Acerca del autor: Héctor Ranea

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