Jonathan estaba
demasiado ocupado como para ponerse a escribir un cuento cuando solo quedaban
unos minutos para que se venciera el plazo. Así que optó por el recurso más
fácil, sin preocuparse por la deshonestidad que implicaba. Tomó a Sewot por el segundo brazo derecho y lo sacudió como si se
tratara de una alfombra, no de su tutor marciano.
—Te pagaré cualquier cosa si me das una
idea. ¡Cien mil créditos solares!
El sabio Sewot demoró varios minutos en responder,
y cuando lo hizo, una luz verde se encendió en la cima de su cresta dorsal.
—Escribe: “Un
animal, algo que no estaba muerto ni vivo, algo que resplandecía con una débil
luminosidad verdosa. Permaneció junto a las ruinas humeantes de la casa de Gatmon
y los hombres trajeron el equipo abandonado y lo pusieron debajo del morro del
marciano. Se oyó un siseo, un resoplido, un rumor de engranajes”.
—¿Eso es… tuyo? —Jonathan vaciló un
momento. Ya se había arrepentido de cortar por el atajo sucio; el párrafo
dictado por el marciano le sonaba peligrosamente familiar.
—Es mío. Yo dicté esas líneas hace dos
siglos terrestres al que supuestamente las escribió.
—¡Es mentira! —exclamó Jonathan—. Cambiaste
dos o tres palabras, pero sé de qué novela lo sacaste. Eso no fue lo que te
pedí.
—¿No? ¿Seguro que no? No busques urdir una
triquiñuela para no pagar los cien mil.
—¿Pagarte por plagiar a mi escritor favorito?
Podría haberlo hecho yo.
—Pero no lo hiciste. Buscaste mi
complicidad.
—Solo un poco de ayuda, aunque ya no la
necesito. —Jonathan vio difuminarse la silueta de Sewot y sonrió. Una vez más,
el viejo Ray le había dado una mano, aunque no del modo esperado. Abrió la
ventana y contempló la estrella azul que brillaba en el cielo marciano. Por un
momento creyó que era cierto lo que decían los arqueólogos: la civilización del
cuarto planeta había crecido y prosperado cuando los dinosaurios correteaban
por la superficie de la Tierra ,
y había colapsado antes de que los humanos comenzaran a erguirse. Pero no tardó
en recuperar la sensatez.
—Hola, Jonathan —dijo Uuu, sonriendo a la
manera de los marcianos—. Veo que una vez más somos los protagonistas de uno de
tus relatos.
Jonathan se encogió de hombros. —No sé si protagonistas —dijo—.
Aunque, en cierto modo… sí.
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