martes, 12 de junio de 2012

Con la ayuda de mi amigo – Sergio Gaut vel Hartman


Jonathan estaba demasiado ocupado como para ponerse a escribir un cuento cuando solo quedaban unos minutos para que se venciera el plazo. Así que optó por el recurso más fácil, sin preocuparse por la deshonestidad que implicaba. Tomó a Sewot por el segundo brazo derecho y lo sacudió como si se tratara de una alfombra, no de su tutor marciano.
—Te pagaré cualquier cosa si me das una idea. ¡Cien mil créditos solares!
El sabio Sewot demoró varios minutos en responder, y cuando lo hizo, una luz verde se encendió en la cima de su cresta dorsal.
—Escribe: “Un animal, algo que no estaba muerto ni vivo, algo que resplandecía con una débil luminosidad verdosa. Permaneció junto a las ruinas humeantes de la casa de Gatmon y los hombres trajeron el equipo abandonado y lo pusieron debajo del morro del marciano. Se oyó un siseo, un resoplido, un rumor de engranajes”.
—¿Eso es… tuyo? —Jonathan vaciló un momento. Ya se había arrepentido de cortar por el atajo sucio; el párrafo dictado por el marciano le sonaba peligrosamente familiar.
—Es mío. Yo dicté esas líneas hace dos siglos terrestres al que supuestamente las escribió.
—¡Es mentira! —exclamó Jonathan—. Cambiaste dos o tres palabras, pero sé de qué novela lo sacaste. Eso no fue lo que te pedí.
—¿No? ¿Seguro que no? No busques urdir una triquiñuela para no pagar los cien mil.
—¿Pagarte por plagiar a mi escritor favorito? Podría haberlo hecho yo.
—Pero no lo hiciste. Buscaste mi complicidad.
—Solo un poco de ayuda, aunque ya no la necesito. —Jonathan vio difuminarse la silueta de Sewot y sonrió. Una vez más, el viejo Ray le había dado una mano, aunque no del modo esperado. Abrió la ventana y contempló la estrella azul que brillaba en el cielo marciano. Por un momento creyó que era cierto lo que decían los arqueólogos: la civilización del cuarto planeta había crecido y prosperado cuando los dinosaurios correteaban por la superficie de la Tierra, y había colapsado antes de que los humanos comenzaran a erguirse. Pero no tardó en recuperar la sensatez.
—Hola, Jonathan —dijo Uuu, sonriendo a la manera de los marcianos—. Veo que una vez más somos los protagonistas de uno de tus relatos.
Jonathan se encogió de hombros. —No sé si protagonistas —dijo—. Aunque, en cierto modo… sí.


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