domingo, 10 de junio de 2012

La manzana podrida – Sergio Gaut vel Hartman


Se levantó cansinamente del poyo de piedra en el que había permanecido durante las últimas dos horas y se acercó al parapeto que separaba los dos jardines.
—Vecino, ¿anda por ahí?
Hubo una pausa silenciosa de un par de minutos, y al cabo de ese tiempo, el mentado vecino salió del cobertizo limpiándose las manos en el delantal de cuero.
—¿Qué se le ofrece? —dijo el curtidor.
—Su hijo.
—Mi hijo, ¿qué?
—Me molesta, no puedo concentrarme. Me arroja manzanas a la cabeza, y el condenado tiene una envidiable puntería.
—Es un niño...
—¡Qué niño ni que ochocientas narices! Es un delincuente que merecería estar en una institución especializada en vándalos como él.
—¿Qué dice? ¿Por tirar un par de manzanas?
—Ya quisiera yo que fuera un par. ¿Puedo pedirle que le dé una veintena de azotes?
—¿Una veintena de azotes por tirar manzanas que usted, no tengo la menor duda, ya se ha comido? ¡Está loco! No azotaré a mi hijo por eso.
—Pues daré parte a las autoridades.
—Usted exagera —dijo el curtidor meneando la cabeza. Luego, tras reflexionar un instante, agregó—. Hagamos una cosa: invéntese la ley de la gravedad y no le cobro las manzanas que se comió, don Newton. ¿Le parece?


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