sábado, 2 de junio de 2012

La hechicera y el guerrero - Néstor Darío Figueiras


El guerrero busca refugio en una cabaña de madera cuya puerta está desvencijada: los goznes apenas la sostienen. El fuego de la refriega ha devorado parte del techo y un rayo de sol se cuela por el agujero. La luz le muestra un suelo de tierra apisonada que está cubierto por numerosas bacinicas de cerámica. Se arrodilla frente a ellas y el olor fétido lo golpea: están llenas de la sangre azulina de los agfolls, los niños-ángeles de Pürnami, la ciudad de los dioses.
Ésta es la casa de la hechicera, se dice, y empuña su espada.
Pero no hay nadie en la casilla maltrecha. Se acomoda en un rincón y se dispone a esperar. Entonces oye un aleteo estruendoso y su mano vuelve a cerrarse sobre la empuñadura de oro. Divisa la cabeza de una enorme harpía que se asoma por el boquete del techo. El ave lo descubre y emite un graznido que le hiela la sangre. Con el pico y las garras agranda el hueco y se desliza dentro de la cabaña.
¡La hechicera!
La rapaz se yergue majestuosa, tan alta como un hombre, y comienza a lanzar feroces picotazos en dirección a su cabeza. Él logra esquivarlos y lanza una estocada que traspasa el pescuezo del ave. El chorro de sangre lo salpica y cae sobre las bacinicas, profanando su contenido. La harpía se desploma chillando entre espasmos que la transfiguran: la corona de plumas se torna una espesa cabellera, el poderoso pecho se convierte en un par de prominentes senos y surgen dos estilizados brazos de las anchas alas. Por último, las garras se vuelven muslos torneados. Ahora un torrente carmesí mana de la garganta de la mujer que yace sobre un espeso charco de sangre de agfoll.
Sin perder tiempo, él se lanza sobre ella y le abre las piernas. La penetra con brusquedad y empuja impetuosamente. Pero los estertores burbujeantes cesan antes de que eyacule. De todos modos, sigue embistiéndola hasta vaciarse. Luego se levanta y mira en derredor. Se lamenta porque no sólo no obtuvo los poderes de la hechicera, sino que también malogró la venerable sangre de los agfolls.
El cuerpo de la hechicera se contrae hasta transformarse en un bollo sanguinolento. La próxima vez deberá poseerla antes de ultimarla, doblegándola cuando todavía es una harpía. Pero le cuesta creer que eso sea posible...

Entonces el contenido de la balldrive se agotó y la derruida cabaña se desvaneció. Cuando sus ojos se ajustaron al cambio, pudo contemplar el habitual desorden de su cuarto.
Se sentó sobre la cama y miró sus calzoncillos manchados. Sonrió. Se despegó los electrodos de la cabeza rapada. Luego desconectó los plugs y se pasó un algodón embebido en antisépticos y coagulantes sobre las incisiones que Juanca, el dueño de La esquinita, le había hecho en la nuca con un bisturí láser. Se levantó con dificultad y se vistió. Sobre la mesa de luz, la plateada Emubox brillaba como un objeto de otro mundo, con las luces del módem titilando sin parar. Extrajo de ella una esfera del tamaño de una ciruela: la balldrive vacía, y la guardó en el bolsillo derecho de sus pantalones.
Miró el reloj despertador: las 22:42. ¡El episodio había durado más de cinco horas! Se encogió de hombros. Manoteó en un cajón de la mesa de luz y sacó una barra nutritiva, que engulló mientras bajaba las escaleras. Cruzó el living en cuatro zancadas, salió a la calle y corrió hasta llegar a La esquinita.
Entró al ciber y gritó:
—¡Juanca! ¡Juanca!
Entonces reparó en la chica que esperaba apoyada sobre el mostrador. Vestía unas calzas ajustadas y una corta campera de cuero. Salvo su tez, todo en ella era negro, desde los borceguíes hasta la melena, que, aunque frondosa, dejaba ver el cuero cabelludo en los puntos donde se fijaban los electrodos.
Lindo culo, pensó él, mirándola de soslayo, cuando un hombre que escondía su macilento rostro detrás de unos anteojos de sol e incontables piercings se acercó desde el fondo del local.
—Voy, voy, Iván. ¿Qué querés?
—Dale, Juanca. Ya sabés: llenala —y le tendió la balldrive.
—¿Con qué?
—Episodio tres de Götter...
—¡Shhh! ¡Bajá la voz, boludo! El Götterdämmerung es un emugame prohibido. Si algún inspector encubierto nos escucha, cagamos. Van a descubrir todo: los episodios piratas, la red clandestina de jugadores... Todo, ¿me oíste? ¡Así que no me jodas y baja la voz!
—¡Está bien! Bajo la voz. Dale, Juanca. Poneme el episodio tres.
—¿La morada de la hechicera? ¿No lo llevaste ayer? Hmmm... A que no te la cogiste — le dijo el hombre, y los piercings le fruncieron el rostro en una mueca burlona.
—¡Me la cogí! Lo que pasa es que le ensarté la espada en la garganta y se murió antes que pudiera acabar, la muy puta.
—¡Qué tarado! Y seguro que dejaste que estropeara la sangre de los agfolls...
—¡Sí! Soy un pelotudo... Pero ahora la voy a hacer mierda.
—Oíme: ¿te estás limpiando las heridas después de sacarte los plugs? Mirá que si no...
—¡Sí, sí! Me las limpio. Dale. Llenámela.
Sólo entonces advirtió que la chica de negro lo estaba mirando de reojo.
Tal vez esta noche consiga otro tipo de diversión, se dijo, y ya se imaginaba retrepado sobre ese culo.
Juanca le dio la memoria a un asistente, quien a su vez le entregó otra balldrive. Entonces el dueño de La esquinita llamó a la chica:
—Iris. Tu episodio.
—¿Cuánto es, Juanca?
—Lo de siempre, muñeca —contestó, y una sonrisa le atornilló los anteojos a la cara.
Ella arrojó sobre el mostrador un arrugado billete y se guardó la memoria en la campera de cuero. Se plantó frente a Iván, y, con una voz que helaba la sangre, dijo:
—¿Iván, eh? Vamos a ver quién hace mierda a quién esta vez, imbécil. Esperame en la cabaña —y le clavó la reforzada punta de uno de sus borceguíes en la entrepierna.


Acerca del autor:
Néstor Darío Figueiras

2 comentarios:

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Excelente, Néstor. Muy buen trabajo de aproximación orzada entre los personajes. Remate perfecto.

nestordarius dijo...

Gracias, Sergio. No sé si es para tanto... Pero me divirtió mucho escribirlo!!! Abrazo ;-)