viernes, 8 de junio de 2012

Juego de luces - Claudio Biondino


Oscuridad.
Un lento desprenderse del letargo profundo y viscoso.
Los ojos se abren hambrientos de luz, con la esperanza de adaptarse a la penumbra. Pero no hay tal penumbra ni adaptación posible. La oscuridad es absoluta.

Marco se incorporó de un salto, bañado en sudor. El sonido de su nombre se había convertido en un cuenco vacío, sin identidad, sin una historia que le diera sentido. Podía evocar también los sonidos de su lengua, pero buena parte de los objetos nombrados se le aparecían borrosos, irreconocibles. Sabía lo que significaba ver, pero había olvidado, en parte, los contornos de la realidad que alguna vez contempló. La oscuridad se había tragado esos recuerdos junto con la luz.
—Estoy loco y ciego —se dijo.
—No lo estás —respondió una voz a su lado.
El sobresalto llevó a Marco a tantear su costado, tal vez por instinto. Descubrió que portaba una daga. No estaba indefenso.
—¿Quién eres? —preguntó.
—Tranquilízate. No intento hacerte daño.
Marco necesitaba respuestas con desesperación, y se veía obligado a confiar en aquella voz—. No tengo idea de lo que está sucediendo aquí ¿Acaso tú podrías...?
—Yo tampoco sé lo que ocurre —interrumpió el extraño—. Sólo puedo decirte que desperté en medio de esta horrible oscuridad. Lo único que recuerdo es mi nombre: Lucio. Anduve a tientas un tiempo, hasta que vi aquel resplandor y empecé a caminar hacia él. Luego tropecé contigo.
"¿Resplandor?", se preguntó Marco. Giró su rostro en todas direcciones.
Y entonces vio el destello.
Era imposible calcular la distancia, ya que carecía de otros puntos de referencia. Lo único evidente era que, frente a él, había algo pequeño y brillante. Pero si no estaba ciego, ¿dónde se encontraba? Una nueva idea tomó forma en su mente.
—Estamos muertos, Lucio. Hemos muerto y debemos dirigirnos hacia la luz.      
—Tal vez, pero para llegar deberemos enfrentarnos a ellos. Ya he sido atacado en el camino.
—¿Quién nos acecha en este tránsito? —Marco tomó la empuñadura de su daga—. ¿Quiénes son ellos? ¿Se trata de demonios?
—No lo sé. Lo único que podemos hacer es movernos hacia esa extraña antorcha, y quizá logremos averiguar algo.
Los dos hombres se pusieron en marcha. Avanzaron por kilómetros, hasta que percibieron la presencia que se interponía en su camino. Primero oyeron el rugido, y luego Marco sintió las garras que laceraban su espalda y su costado. Aulló de dolor.
Lucio detectó el lugar de donde provenían los gritos y se lanzó contra la criatura. La lucha se alejó entonces de Marco, que cayó al suelo, agotado. Un último alarido, seguido por los ruidos del terrible banquete, anunció el triunfo de la bestia.
Marco desenvainó la daga y permaneció inmóvil. Las pisadas se oían cada vez más cerca. Tenía que controlarse y contraatacar en el momento exacto. Sintió las garras que intentaban levantar su cuerpo, y hundió el hierro alcanzando a la criatura entre las costillas. El peso muerto de aquel ser le cayó encima con un golpe fortísimo.
Cuando logró ponerse de pie, tanteó hasta encontrar el cuchillo. Lo recuperó y reinició el camino hacia la fuente de la luz. Mantuvo la daga aferrada en su mano. Si se topaba con otras alimañas, no se despediría sin llevarse alguna más con él.
Al cabo de unas horas, ya casi sin fuerzas, Marco alcanzó su objetivo. Era una cabaña de madera. La luz se derramaba, temblorosa e intermitente, a través de la puerta y las ventanas. Se acercó al umbral y observó.    
El fuego del hogar crepitaba con fuerza, iluminando cada rincón. El mobiliario era modesto: apenas una mesa, dos sillas y un catre. De pronto, advirtió a un anciano de aspecto bonachón que lo observaba con una sonrisa.
—Pasa muchacho —dijo el viejo—. Te estaba esperando.
—¿Me esperabas? —Marco dudó, pero no tenía más remedio que confiar en aquel anciano si quería llegar a alguna respuesta—. ¿Quién eres tú? ¿Acaso un dios?
—No, Marco, no soy un dios. Sólo soy un Experto. Mi área es la recuperación de luchadores. Has tenido una jornada de entrenamiento extenuante. Siéntate y toma un poco de pan y de vino.
—¿Entrenamiento? ¿Es esto alguna clase de juego? ¿Por qué no sé donde estoy?
—El olvido es necesario durante los combates, pues eso los vuelve más emocionantes. Pero mañana lo recordarás todo, por unos instantes, antes de regresar a la arena. Podrás disfrutar de la aclamación. Has sobrevivido, y lucharás en las Festividades Oscuras.
—Lucio no lo logró —murmuró Marco.
El anciano guardó silencio, y el hambre quebró la resistencia del luchador. Se sentó a la mesa y devoró el alimento que le ofrecían.
—Acuéstate en el catre y duerme un rato —dijo el viejo—. Lo necesitarás.
Marco obedeció, y el sueño llegó de inmediato.

Luz.
Un enjambre de poderosos destellos enceguece al luchador mientras se desprende del letargo viscoso, profundo.
Los ojos se entrecierran, suplican por el descanso de la penumbra. Pero la luz desconoce la piedad.

La memoria retornó a la mente de Marco. Los contornos de la realidad habían regresado, y con ellos la amargura de la verdad. Estaba de pie, junto a otros cuatro hombres, en lo que había sido la puerta de la cabaña. Frente a ellos, la luz. A sus espaldas se extendía la oscuridad. Cuando sus ojos se adaptaron a las imágenes deslumbrantes, Marco pudo distinguir el contorno del Ciber-Circo. La multitud aclamaba enloquecida. Todos tenían su pantalla personal en la que podrían seguir el desarrollo de los combates. En el palco central, el Neo-Emperador observaba deleitado.
—¡Rodilla en tierra, gladiadores! —ordenó una voz tosca dentro de su cabeza. Marco reconoció el tono perentorio del Programa Experto en entrenamiento—. ¡Saluden, y cumplan su deber con dignidad!
Los hombres se arrodillaron y rindieron honores: —¡Ave César, los que van a morir te saludan!
La multitud volvió a rugir, enardecida, mientras la conciencia digital de Marco regresaba a los campos de oscuridad virtual, al olvido inducido y a las bestias mortales.

Acerca del autor:
Claudio Biondino

No hay comentarios.: