jueves, 8 de marzo de 2012

Verdadera historia de la sábana - Lilian Elphick


La sábana fue inventada por Rashid Sab-Anah el año 1000, vendedor de telas y alfombras en El Cairo (القاهرة). En un principio las confeccionó de lino tejido con doble hilo, pero pronto cayó en cuenta que la tela era gruesa (de aquí la locución grosso modo) y se arrugaba mucho, provocando reclamos de parte de las mujeres que tenían que esperar horas para que se secasen, y luego comenzar el lento proceso de estirado y planchado con una especie de sartén de hierro rellena de carbón encendido.
Mientras en China nacía la pólvora y Leif Eriksson llegaba a América del Norte, bautizándola Vinland, Sab-Anah fabricaba lienzos encimeros de muselina (tela originaria de Mosul), y bajeros de algodón. Las dos telas eran compatibles con los cuerpos que se abrigaban en ellas: el algodón pegado al colchón, que generalmente estaba relleno de lana de cabra, era resistente al roce y a los fluidos nocturnos. La muselina, transparente, suave y vaporosa, estimulaba el amor pasional y el buen dormir.
A pedido de la dueña del prostíbulo más grande de la época, el Lilaz, Rashid Sab-Anah cortó y cosió 240 pares de sábanas de seda roja con miniaturas de posturas sexuales bordadas en color cúrcuma, para que los clientes aprendieran que el arte amatorio no se reduce sólo al encabalgamiento simple o al anacoluto brutal.
Demás está decir que Sab-Anah se hizo rico y famoso. Tuvo diez amantes que de noche lo agasajaban, y de día trabajaban en la floreciente fábrica, pespunteando a mano los bordes de las finas telas para dormir. Llegó a tener cuatro sucursales en El Cairo.
Para los extranjeros provenientes de tierras heladas, y que debían volver a ellas, ideó el forro viril al-cayata, de exquisita lana de camello. Y al comprobar que algunas mujeres no guardaban bien el calor en sus posaderas, para efecto de mantener siempre fresco el al-liqat, creó el calzón térmico con rejilla delantera.
Sab-Anah murió a los 90 años jugando al aleleví con una de sus costureras. Para esconderse, se cubrió con una sábana y tapó su cara con una almohada (colchoncillo para la cabeza, otra de sus creaciones). La falta de aire le provocó un paro respiratorio. La joven trató de reanimarlo con una al Jimaa, pero ya era demasiado tarde.
Jorge Luis Borges lo menciona injustamente en La historia universal de la infamia, 1935.

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