sábado, 10 de marzo de 2012

Desazón - José A. García González


Presionó la tecla número uno. En la pantalla apareció un seis. Presionó, entonces, la tecla número seis. En la pantalla se iluminó una ele.
No había caso, la máquina se estropeó otra vez, pensó lamentándose por la pérdida de tiempo. Sin saber si debía sonreír o no ante semejante retraso. Pero, el informe a la Dirección sí debía pasarlo, sin perder tiempo, para que no le descontaran del sueldo. Como si fuera su culpa que la máquina no funcionara adecuadamente y, semana por medio, sucediera lo mismo.
Claro que si la empresa se decidía a cambiar la obsoleta máquina de calcular, tendrían que modificar todo el mueble sobre el que se apoyaba, quitar el escritorio, tal vez romper la pared para sacarla. La excusa perfecta para dividir la oficina en pequeños cubículos idénticos, higiénicos e impersonales llenos de desconocidos.
Ante todo debía evitar eso. Años de esfuerzos vacíos le llevó ganarse la oficina, horas extras, corridas a contrarreloj, gastritis y suelas besadas. Si existía algo a lo que no podía renunciar era a esa oficina.
Suspiró sin saber qué hacer, dándole vueltas a un asunto sin más que una única solución.
Reinició la máquina y esperó a que los sistemas volvieran a ser operativos.
Escuchó los pin, pan, pun, cla, cla, cla, fixxxxxllluuuu, que emitía la máquina como un mantra para calmar sus nervios.
Seis minutos, cuarenta y cinco segundos, después, presionó la tecla número uno, en la pantalla apareció un nueve.
Suspiró otra vez reclinándose en la incómoda silla; miró hacia un costado, la ventana estanca, esa que no podía abrirse, no era más que un ojo ciego mirando el cielo gris. Quince pisos. Los accionistas de la empresa sabían muy bien por qué esa ventana no debía abrirse nunca.
Presionó la tecla nueve, vio apareció una letra ‘A’ mayúscula.
Iba a ser un día muy, muy, largo.

Tomado de Proyecto Azúcar

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