Un encanto. Me dijo que era un encanto cuando yo esperaba por lo menos que me trate de maleducado, o mucho mejor, de pervertido. Esperaba recoger todo su odio, verla inflarse de rencor y recibir un cachetazo colmado de su desprecio. Pero no. Yo esperaba el peor de sus insultos y ella me respondió con un elogio que sonó casi como un piropo amable: me dijo era un encanto. Y yo sentí que el cuerpo se me desintegraba, que las manos se me hinchaban y los dedos se convertían en lanzas de fuego. Yo que me había dedicado a mirarle los pechos de manera grosera a lo largo de toda la noche. Directo, sin rodeos ni simulaciones. Fijando mi vista en el canal generoso y profundo que se hundía en su corset. Dirigiendo mis pupilas insolentes como si estuviera hincando los dientes en su generosidad. Abusando de su obligación de comportarse y actuando de la peor manera en una inútil represalia por cada una de mis insinuaciones ignoradas a lo largo de años. Porque ni mis atenciones, ni cumplidos, ni mis elogios, mis regalos, ni mis galanterías habían tenido efecto alguno en su atención. Tampoco mi complicidad interesada; ni siquiera había valorado mi oído, que generoso la había acompañado cada una de sus desilusiones. Y se acercó a saludarme con dulzura y mientras yo elocuente fijaba mi vista en sus pechos firmes y abundantes, ella apenas sonrió y me dijo que yo era un encanto. Un encanto. Como le dicen las tías solteronas a sus sobrinos antes de pellizcarles los cachetes y regalarles un dulce. Como una maestra jardinera despide a sus infantes al final de cada año. Y entonces me alejé enfurecido, buscando extinguir mis dedos candentes con cuanta copa fría quedaba a mi alcance, esperando el mejor momento para concretar mi venganza. Mientras tanto ella y los suyos buscan desesperados el cuchillo gigante con el que a cuatro manos y sonriéndole al fotógrafo, pensaban cortar la primera rebanada de un pastel empalagoso de tanto glaseado.
Tomado de: http://hernandardes.blogspot.com/
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