La noche parecía materializarse. Semejaba una sustancia negra que lo rodeaba todo, que se adhería a todo; incluso parecía adherirse a la burbuja de Uzannur. Tres lunas amarillentas iluminaban la superficie pedregosa con un resplandor mortecino. Esa noche, Uzannur caía apaciblemente sobre las piedras de la superficie, dentro de una burbuja plástica que el viento transportaba a la deriva. A pesar de que él era el hombre designado por los dioses para destruir al terrible Draken, no podía conducir su burbuja protectora. Estaba librado al azar.
Luego de mecerse por horas, la burbuja se posó suavemente dentro de una caverna húmeda, plagada de estalactitas y estalagmitas agudas y blancuzcas. La burbuja se disolvió y Uzannur se dispuso a comenzar la búsqueda. Decidió explorar primeramente la caverna.
Gritó, para darse valor:
—¡Tras de ti voy, Draken! ¡Soy tu muerte! —Y blandió su espada.
Entonces el Draken cerró su bocaza, húmeda como una caverna; plagada de dientes agudos y blancuzcos como estalactitas y estalagmitas; dientes que se trabaron sólidamente brillando a la luz de las tres lunas…
El autor:
Néstor Darío Fugueiras
2 comentarios:
Me recordó un poco a Star Wars, hay una escena en la que ocurre básicamente lo mismo.
De las nuevas, no? Sí, creo que sí. Yo escribí este cuentito en el'90.
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