Aquel local llevaba cerrado desde hacía muchos años. Una persiana metálica ocultaba el interior, como un párpado oculta un iris. El óxido había hecho mella en aquél telón de aluminio, que en puntuales sitios era casi tan fino como el papel. Buen trabajo el del agua, el del viento, el del sol. A mi, no sé por qué, me entristecía verlo así, sin vida. Lo conocí siendo la papelería del barrio; recuerdo el olor a las gomas de nata, el olor a libro sin abrir, la tenue luz que lo hacía tan encantador. Aún ahora, sin estar delante, pensando en él, se me eriza el bello. Todo pasa, un día se es, y al siguiente se ha sido, más allá, se fue y nadie se acuerda. La gente pasa por delante, y no lo ve. No ven tan siquiera ese cartel, ese cartel que lleva tantos años ahí y por el que no pasa el tiempo; ese cartel que de tan nuevo que está parece que lo cambian cada día y que anuncia "Cerrado por vacaciones".
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