—¡Pero claro que te envié un mensaje diciéndote que volvía! ¿Cómo que no lo recibiste?
—Pues me fijo. ¿Cuándo dijiste que lo enviaste?
—Pues te avisé en 1990, tal vez los tienes enterrados en los mensajes de finales del 2008, principios del 2009…
—¿Tanto tiempo?
—¿Te acuerdas de que fui a…?
—Sí; claro. Pero te apareces en noviembre de 2011, tan fresco y tan campante, tío.
—¡Te volviste española! ¿Tanto cambió la cosa acá?
—No, bebé; te hablo en castellano neutro, gilipollas. Déjame ver… No, si ya decía yo que estabas hecho un tarambana, tus mensajes están acá, en los datos de mediados de 1991. ¿Desde dónde decías que lo mandabas? A ver… ¡No, no puede ser! ¿Por cuál canal lo enviaste? ¡No te digo! ¿Lo enviaste por el canal de neutrinos de protón?
—¡Como habíamos convenido, claro!
—¿Pero no sabes que viajan más rápido que la luz? ¡Llegaron casi enseguida de que los enviaste! ¡Gilipollas!
—¡Atiza! Por eso es que tú y este… estabais tan orondos en la cama… te entiendo, Antonieta.
—Pues no te preocupes, este zopenco es un androide. Lo nuestro sigue intacto. Ven, recuéstate. Le pediré a esta unidad que te haga lugar. Y no te preocupes, que no hay peligro, está en programa heterosexual.
—Vale, que el viaje me ha dejado extenuado.
—Me imagino, mi amor. Me imagino.
Sobre el autor: Héctor Ranea
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