Yo era un caso perdido, o por lo menos eso decían mis familiares y amigos, y ya había recurrido sin éxito a cuanto terapeuta aparecía en el directorio telefónico. Por eso me entusiasmé al oí ...r hablar del doctor Gorovirtz y su tratamiento de alto impacto. Patadas como palabras, así se denominaba el tratamiento que el doctor Gorovirtz concibiera durante su permanencia en Palo Alto, California, como alumno de Paul Watzlawick. ¿Había nacido un nuevo enfoque terapéutico? Quizás. Imaginen la situación: entro al consultorio y en lugar de diván o sillón veo un palenque del que cuelgan unas cuerdas; me ata las manos, expone mis partes sagradas a su borceguí y empieza a darme...
La primera patada me despertó, devolviéndome al mundo real. ¡Válgame Dios! ¿A quién se le ocurre semejante tratamiento? ¡Es casi como un electroshock!
—¿Podés creer que exista algo así? —le dije a mi gato de cerámica, abrazándolo. Heredé ese gato de mi abuela. Mi bisabuelo lo compró en una casa de antigüedades en Bayanhongor, Mongolia, y se dice que perteneció al mismísimo Khublai Khan.
—No en el mundo real —respondió el gato. En ese mismo momento un paquete de tostadas dietéticas llegó desde las profundidades de la alacena y me devoró en dos minutos. Era la hora de la merienda, claro. El gato (se llama Michifuz, por si desean saberlo) se encogió de hombros y partió para su trabajo de presidente de la Cámara de Diputados de la Nación. No me digan que un país que ostenta un gato de cerámica mongólica en tan alta magistratura no es digno de admiración.
A las veinticinco fui prolijamente defecado. A las veintiséis me desperté, pero sólo para caer en otro sueño en el que viajaba en alfombra mágica y jugaba al tute cabrero con Luis Buñuel y Salvador Dalí. ¡Una estupidez!
Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman
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