Empezó cuando una de sus alumnas, modelo publicitaria, le pidió ayuda para escribir la dramática historia de su vida. En ella cohabitaban una madre ausente, un padrastro abusador, la inevitable anorexia, ciertas formas encubiertas de prostitución, desengaños, insipidez intelectual, estulticia. Demasiados ingredientes para un cóctel que ella no se sentía capaz de manejar.
—Sé que se hace —le dijo dejando caer los párpados, cubiertos por una tonelada de rimel.
—Ya sé que se hace. Pero no me interesa hacerlo.
—Podría ser un bestseller.
—Podría, pero sigue sin interesarme.
De pronto, ella mencionó una suma. No una suma cualquiera sino una de esas que harían caer del caballo al mismísimo Roy Rogers.
—¿Entonces lo va a hacer?
—¡Claro!
Lo hizo. No fue un bestseller, pero a la modelo la entrevistaron en la tele, le hicieron una nota en una revista femenina muy fashion y se consiguió un novio sociólogo que andaba con ganas de demostrar que podía clavarse a una gata de lujo.
Y después de que dejó de ser virgen, fue sencillo: tomó otro trabajo similar, esta vez de un futbolista con ínfulas y luego le escribió una novela porno a una sexóloga que cometía seis faltas de ortografía en palabras de cinco letras y siguió y siguió con su nueva y redituable profesión.
—¿No te da… cosa? —le preguntó su novia por enésima vez, un día antes de volver a pensar en abandonarlo.
—No, no me da —respondía él, invariablemente. Escribió un libro de poemas para una virgen de setenta años, una novela para un policía que se jactaba de haber matado a cuarenta y nueve pendejos chorros “porque la justicia es lenta, ineficiente y corrupta” y un ensayo denominado “Aproximación epistemológica al análisis del gradiente de concentración de los deseos reprimidos en la hipófisis de los grandes felinos”. Durante cinco años tuvo más trabajo del que necesitaba y ganó más dinero del que jamás había ganado. Pero un día… se cortó. Se cortó abruptamente, sin avisar. O la gente había aprendido a escribir sus propios libros o pasó la moda o… Tuvo que resignarse. Durante un tiempo fue corrector de estilo, pero el trabajo estaba tan mal pago que no tardó en comerse los ahorros. Consiguió un puesto de vendedor de una librería, pero la crisis mundial alcanzó al rubro y lo demolió. Llegó un momento en el que lo único que se imprimía eran las ofertas de los supermercados.
La solución llegó imprevistamente, cuando ya había perdido toda esperanza. Aguardaba a su novia con la intención de pedirle una última oportunidad, apoyado contra la pared del bar, cuando su cuerpo entero pasó del otro lado.
—En fin —dijo en voz alta—; si no puedo ser escritor aprovecharé el otro cincuenta por ciento de mi profesión. —Fue feliz porque pudo meterse en la bóveda del banco; pero no lo disfrutó: sus manos pasaban a través de los billetes.
El autor:
Sergio Gaut vel Hartman
—Sé que se hace —le dijo dejando caer los párpados, cubiertos por una tonelada de rimel.
—Ya sé que se hace. Pero no me interesa hacerlo.
—Podría ser un bestseller.
—Podría, pero sigue sin interesarme.
De pronto, ella mencionó una suma. No una suma cualquiera sino una de esas que harían caer del caballo al mismísimo Roy Rogers.
—¿Entonces lo va a hacer?
—¡Claro!
Lo hizo. No fue un bestseller, pero a la modelo la entrevistaron en la tele, le hicieron una nota en una revista femenina muy fashion y se consiguió un novio sociólogo que andaba con ganas de demostrar que podía clavarse a una gata de lujo.
Y después de que dejó de ser virgen, fue sencillo: tomó otro trabajo similar, esta vez de un futbolista con ínfulas y luego le escribió una novela porno a una sexóloga que cometía seis faltas de ortografía en palabras de cinco letras y siguió y siguió con su nueva y redituable profesión.
—¿No te da… cosa? —le preguntó su novia por enésima vez, un día antes de volver a pensar en abandonarlo.
—No, no me da —respondía él, invariablemente. Escribió un libro de poemas para una virgen de setenta años, una novela para un policía que se jactaba de haber matado a cuarenta y nueve pendejos chorros “porque la justicia es lenta, ineficiente y corrupta” y un ensayo denominado “Aproximación epistemológica al análisis del gradiente de concentración de los deseos reprimidos en la hipófisis de los grandes felinos”. Durante cinco años tuvo más trabajo del que necesitaba y ganó más dinero del que jamás había ganado. Pero un día… se cortó. Se cortó abruptamente, sin avisar. O la gente había aprendido a escribir sus propios libros o pasó la moda o… Tuvo que resignarse. Durante un tiempo fue corrector de estilo, pero el trabajo estaba tan mal pago que no tardó en comerse los ahorros. Consiguió un puesto de vendedor de una librería, pero la crisis mundial alcanzó al rubro y lo demolió. Llegó un momento en el que lo único que se imprimía eran las ofertas de los supermercados.
La solución llegó imprevistamente, cuando ya había perdido toda esperanza. Aguardaba a su novia con la intención de pedirle una última oportunidad, apoyado contra la pared del bar, cuando su cuerpo entero pasó del otro lado.
—En fin —dijo en voz alta—; si no puedo ser escritor aprovecharé el otro cincuenta por ciento de mi profesión. —Fue feliz porque pudo meterse en la bóveda del banco; pero no lo disfrutó: sus manos pasaban a través de los billetes.
El autor:
Sergio Gaut vel Hartman
No hay comentarios.:
Publicar un comentario