Imagina que estás en casa y abres un melón. Inicialmente no parece una tarea muy complicada. En sus entrañas te encuentras una manzana. No es lo normal, pero esas cosas pasan. Te gustan sin piel y decides arrancarle sus vestimentas. Debajo emerge una naranja de dermis rugosa y brillante, antes de continuar te frotas los ojos –yo por lo menos lo haría-. Tienes hambre y estás a punto de hincarle el diente, pero antes de proceder a despellejarla respiras hondo y bebes un poco de agua; ahora sabes que lo mas acertado hubiera sido comerse un yogurt, pero ya es demasiado tarde. Entonces emerge un huevo de chocolate, de esos que traen una sorpresa en su interior. A esas alturas ya no estás para bromas; engulles el chocolate y, ansioso, separas el cascarón esperando tropezar con unas frambuesas o con un par de cerezas picotas. Nada más lejos de la realidad: sorprendido, te miran unos ojos, te habla una boca; porque en ese óvalo mora un enanito verde, de esos de los cuentos, con sus botitas y su chaleco de ante marrón. El duendecillo habita en un hongo, y al final, secándote el sudor que se precipita por tu frente, recuerdas que querías melón, pero sin saber porqué has acabado comiéndote una seta.
© Xavier Blanco 2011.
Tomado del blog Caleidoscopio
1 comentario:
Venga ya, ¿sólo una?. Me encantó.
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