A veces ocurren cosas extrañas, tan extrañas, que es difícil creer que hayan ocurrido, y pertenecen al mundo de lo inexplicable, a la sutil frontera que separa el sueño de la realidad...
Los días se parecen todos y se suceden tras los meses, hasta llegar al 31 de diciembre, que nos recuerda una y otra vez, que hay que cambiar el calendario de la pared por uno nuevo.
A Pablo nunca le gustaron las navidades con sus bullicios y alegrías a la carta, dónde lo natural es sumarse al despilfarro colectivo, comprar por placer, y consumir sin freno, porque así lo dispone la tradición social y la publicidad incitante que remacha que es tiempo de regalos y de alegrías ¡cómo si la felicidad pudiera envolverse en papel de seda!
Atravesó la ciudad entre el ruido ensordecedor de los claxons, de los motores, la locura de la circunvalación, la música a toda pastilla, los atascos, los semáforos, los peatones, el estruendo y el ajetreo de las fiestas y las luces de neón y los alumbrados navideños que destellaban en la noche fría y oscura...
En aquél laberinto asfáltico hubiera gritado ¡basta! para haber podido restaurar el silencio en su cabeza y en sus oídos, pero el estrépito era infernal.
Nunca entendió la algarabía programada ni la ilusión por encargo y le dolía el contraste de la más absoluta pobreza de los mendigos que transitaban autistas las acercas, rebuscando entre las basuras o tumbados sobre cartones en las esquinas de las estaciones de autobuses y trenes, mientras por las calles, otros deambulaban cargados de bolsas con compras inútiles, para comidas pantagruélicas o para seguir acumulando ropas o joyas, y tantos otros regalos inservibles. Era noche de comilonas, borracheras y atragantamiento con las doce uvas de la suerte, de bailes, de matasuegras, de confetis, de risas, pero él prefirió huir de todo eso y perderse por las callejuelas que llevaban a su estudio, en un barrio periférico alejado de todo y de todos y allí, al abrigo de la algarabía, se puso a pintar hasta el amanecer, escuchando el adaggio de Albinoni,el bolero de Ravel, el claro de luna de Beethoven y las polonesas de Chopin..
Pablo era un pintor afamado, y sus cuadros se cotizaban a nivel nacional en las galerías de arte más importantes del país. Solía participar en exposiciones colectivas e individuales y en certámenes internacionales. Precisamente en aquél momento, estaba preparando una serie figurativa de retratos al óleo, que se expondrían en Febrero en la galería madrileña Soledad Lorenzo. La temática estaba vinculada a un sueño repetitivo, que muchas noches lo asaltaba como una obsesión. Cada trazo, cada pincelada a medio camino entre la imaginación y la realidad, imprimían a sus obras la fuerza de una revelación mental en el que su corazón derramaba toda la pasión y el genio de un auténtico artista.
Aquella mujer de color volvía a su mente una y otra vez, y la podía ver tan nítidamente como si de un fotograma se tratara. La imagen lo volvía loco. Quiso atrapar la magia de aquél sueño, ver con sus propios ojos el rostro y el cuerpo de su musa en el lienzo, hasta convertirlo en su retrato estelar, su obra maestra. Sólo debía dejarse guiar por el instinto y la intuición y su puño y sus dedos se dejarían llevar con absoluta libertad, hasta dónde todo se hace posible, y la nada de un lienzo vacío se transforma en el todo, en una especie de fotografía pintada, que da forma a lo que la mente inventó, en ese mundo de ficción que llaman creatividad.
En poco menos de un mes, la hermosa mulata parecía querer emerger del lienzo para tomar forma humana y se sintió tan satisfecho de su trabajo, que por una vez, no necesitó retocar nada, sólo quedaba enmarcar el lienzo....
Todo estaba preparado para la inauguración de la exposición y Pablo estaba muy nervioso, como en todas las exposiciones, dónde miles de ojos juzgarían lo que había pintado con tantas horas de dedicación, lo que había parido con tanto amor, y lo que daba sentido a las horas de su vida. Sin reconocimiento a su trabajo, tanto esfuerzo habría resultado vano y estéril. A través de sus obras, era él en cierto modo el que sometía a juicio, puesto que sus cuadros hablaban de su mundo interior, de sí mismo, de sus ensoñaciones, de sus aspiraciones, de sus fantasías...
El cuadro de la mulata fue el más admirado y gozó del favor de la crítica y de los asistentes. La vanidad del autor había quedado sobradamente alimentada, pero él estaba ausente, buscaba inconscientemente a aquella mujer de sus sueños entre las asistentes. No había lógica en el desatino, pero no podía evitarlo....
No se cumplió el deseo del pintor, la mulata no cobró vida aquella noche, sólo volvió a inundar sus fantasías nocturnas, en la habitación del hotel dónde pasó la noche.
A la mañana siguiente, pasó por la galería para recoger las obras no vendidas y se dio cuenta que su cuadro favorito ya no colgaba de aquél muro, dejando un enorme vacío. Preguntó a la encargada que le informó, que a primera hora de la mañana, una elegante mujer de color, precisamente la retratada, había venido a retirar el retrato, abonando su importe en metálico...
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