No te lleves el oso de peluche que te regaló el abuelo.
No te lleves la medallita que guardás en el fondo del cajón de la mesa de luz dentro de esa cofrecito esmaltado que compraste en la luna de miel. Tampoco lleves el cofrecito.
No lleves fotos. No te harán falta. Alcanzan las imágenes que hay en tu retina.
Ni se te ocurra llevar esa blusa estampada que te trae recuerdos de aquellos años de humo y rock and roll; está hecha un harapo. Digo, por si no lo notaste.
No lleves pijamas, no los vas a necesitar. No necesitarás tampoco el cepillo de dientes, la pasta dental, el peine, el jabón… En fin lo que habitualmente usás para asearte.
No lleves nada. Andate con lo puesto. Ni siquiera hará falta lo imprescindible para cualquier viaje: las tres p, ¿te acordás? Pasaporte, pasaje, plata. Nadie pide papeles, nadie cobra entrada.
¿Vas entendiendo? Harás el viaje como dice el poeta: ligera de equipaje. Hasta podrías ir sin lo puesto; estando sola no habrá nada que ocultar.
Cuando llegues, avisame. Me gustaría saber cómo fue el viaje; si hay algo que eches de menos. Dicen que la levedad duele.
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