domingo, 13 de noviembre de 2011

¡Hmmm! (La saga) - Claudio G. del Castillo


El cohete se posó  en el rojo desierto marciano. Al poco rato se abrió la escotilla y descendió un viejo vestido de verde, con una escopeta oxidada al hombro. Usaba unos gruesos espejuelos bifocales y entre sus labios sostenía un tabaco a medio consumir.
El viejo aspiró  una bocanada de humo y con mirada ensoñadora escrutó el horizonte, como buscando...
–¡Bienvenido, visitante! –exclamó Fo, alzó una pancarta y sonó una triquitraque.
–¡Welcome to Marte! –lo secundó Fi, y desplegó una serpentina.
El viejo vestido de verde pareció despertar y por encima de los espejuelos observó  a los hombrecillos que tenía delante:
–¡Hmmm! Tal vez ustedes puedan ayudarme –dijo–. ¿Dónde queda la montaña más cercana?
–¿Montaña? ¿Por qué querría usted ir a las montañas con semejante frío? –preguntó Fi–. No muy lejos hallará el hotel “Marineris”. Tiene bar, piscina climatizada y…
–Vine a alzarme.
–¿A alzarse en una montaña? Querrá decir a escalarla –dijo Fo.
–No… quiero decir… Vengo a alzarme en armas. Fomentaré las guerrillas en Marte.
–¿Guerrillas? ¡Forrallonga! –maldijo Fi, y enfurruñó el pirlimplejo.
–¡Estamos perdidos!  –gimoteó Fo, y arrojó el triquitraque al suelo.
–La confrontación es inminente –dijo el viejo, enardecido–. La lucha de clases… y todo eso. Más temprano que tarde acabaré con los latifundistas, los oligarcas y los terroristas financieros que asolan…
–Si se refiere a los huesos desenterrados por los paleontólogos en Tharsis… –interrumpió Fo al viejo.
–Extintos –interrumpió Fi a Fo–; desde hace miles de millones de años. Además, con esa escopeta no le daría a un bramontono a tres pasos.
–¿De qué hablan? –Esta vez la mirada del viejo era fulminante–. ¿Niegan que haya oligarcas y ese tipo de cosas aquí? ¡Hmmm! –se rascó el cogote–. Pero convendrán en que al menos existe alguna manifestación de la explotación del hom… del marciano por el marciano, ¿cierto?
–Aquí lo único que explotan son los pedos de Fo –dijo Fi, y largó una sonora carcajada.
Convencido el viejo de que razonar con los marcianos sería inútil, dijo por fin:
–Como gusten. Sólo indíquenme el camino para llegar a la montaña.
–Después de sortear aquella duna –le explicó Fi–, camine noventa millas rumbo norte y encontrará su montaña.
–¿Al norte? ¡Hmmm! Eso ya es un comienzo –dijo el viejo y echó a andar.
Cuando alcanzó  la cima de la duna, trastabilló y recorrió el trayecto de bajada sobre sus nalgas. Se incorporó con trabajo, se sacudió  el polvo rojizo del traje verde y prosiguió su avance, apoyado en su escopeta. Pronto se perdió en la distancia, mascullando algo entre el tabaco y los dientes.
–¡Perdidos, perdidos! –sollozó Fo, y pisoteó la pancarta.
–¡Tranquilízate Fo! –dijo Fi–. Jamás llegará a su destino. Oí rumores de que una aberración del espacio-tiempo se ha instaurado en el Sistema Solar. Ya ningún planeta tiene norte debido a su forma de mango.

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