El visitante entrevió el bulto informe en la ochava bajo un balcón que desprotegía su cuerpo sucio, lo vestían las garrapatas, bajo la sarna. La senilidad y el abandono le habían destruido el habla pero percibía algunos sonidos.
Su destino: un hospicio. Su pasado: abandonó y fue abandonado.
El terrícola viejo, fracasado, es temido o despreciado por sus semejantes –se dijo el visitante- hasta que la vida ya no es vida sino una iniquidad que se arrastra ó quizá por catalepsia el cuerpo ya no tiene sensaciones, queda inmovilizado en una postura indefinida.
Finalmente se había convertido en una bestia ilegítima para su sociedad pero no para el visitante que lo fundió en una sola mirada y afrontó la llamada telepática desde la morgue de la nave que le reclamaba una respuesta.
El visitante no lamentó perder esa tarde diáfana de enero, sólo esperó pacientemente hasta que su presa fue abducida y se perdió en las calles en busca de otro recuerdo.
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