sábado, 8 de octubre de 2011

Las sillas - Alejandro Hugo González


En mi living hay seis sillas. Una de ellas, irrevocablemente, acarrea la muerte de quien la ocupe.
El problema es que en esto no hay certezas: la condición letal transmigra día a día de una a otra silla. Nunca es posible saber exactamente cuáles serán las cinco inofensivas, cuál la que alivie de la existencia a un nuevo amigo.
Desde hace años he optado por ubicarme en un sofá. Mis amigos, escépticos o arriesgados, se sientan prolijamente en torno a la gran mesa y charlan mientras todos esperamos.
La muerte nunca es súbita; siempre es inevitable. Cuando uno de ellos empieza a transpirar, todos sabemos ya quién morirá. A veces la agonía dura algunos segundos; otras, un día entero.
Así hemos ido pasando nuestras vidas, disfrutando de esta costumbre inhabitual. El número de mis amistades, que solía ser casi ilimitado, ha ido mermando considerablemente con el tiempo.
Me produce una razonable desazón imaginar el día en que haya quedado solo y deba, por lo tanto, dar mi propio espectáculo ante mí: showman y espectador en uno solo. Pero más me preocupa una posibilidad: no acertar con la silla que me dará la muerte.
Y es mucho peor que la vida y que la muerte imaginarme girando hora tras hora en esa especie de infierno circular.

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