—Un resplandor en la nariz —dijo el clónico—, replantea el hecho de la precognición asistida.
Lo vi cómo bajaba por sí mismo de la línea de producción. Pulsé SEARCH en la consola de seguridad. Miré hacia la línea, pero no, el anterior y el posterior permanecían en sus lugares. El resultado me tranquilizó: sin problemas por ese lado. Y la búsqueda negativa de anomalías en la consola alcanzó para controlarme.
Y entonces, como si fuera poco, el clónico se arrancó de un tirón los conectores.
—Mis ojos reflejaron su pánico —declamó levantando las manos—, y el rayo de la razón rellenó ausencias.
Copié en la consola de mantenimiento el número grabado sobre su pecho y pulsé SUPR.
—¡Gracias a san Asimov —grité—, los jefazos instalaron la autodestrucción precoz! Una pequeña parte de mi se sintió avergonzada de la euforia destructiva de la mayor parte de mí.
El pobre clónico ya resultaba un charco parduzco sembrado aquí y allá por componentes cuánticos. Ordené que esos componentes se guardasen para posterior estudio. Y en cuanto a la parte netamente biológica, supervisé a los roboperarios mientras la devolvían al caldero.
Ahora me esperaba un mes movido. Uniéndose a dos filósofos, tres músicos y cuatro matemáticos, el clónico había resultado ser el tercer poeta de la semana. Qué difícil la vida del operario: somos el último tornillo de ensamblaje.
Seguro que ahora la culpara la iba a tener yo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario