El hombre con la cara llena de cicatrices llamó a la puerta.
El escritor le abrió, algo inquieto ante el aspecto del individuo con el que había contactado días antes, mediante un anuncio en el periódico y una conversación telefónica. Pero no había duda de que era él. No esperaba a nadie más, y había llegado a la hora acordada.
—¿Dónde hago el trabajo? —dijo con un acento que le pareció extranjero.
—Está... está ahí, en mi habitación. Pero ahora mi mujer descansa y...
—Eso no tiene nada que ver. Mejor así, si duerme.
El asesino entró sin más preámbulos en la habitación, sacó una 9 mm. de debajo de la chaqueta y le descerrajó dos disparos a la mujer que yacía en la cama.
—Ahora está gravemente herida —y un tercer disparo en la sién la remató—. Y ahora, muerta.
—¿Pero... pero qué hace, malnacido, asesino, bestia?
—Usted me contrató para que la rematara, y eso he hecho. Así que págueme si no quiere tener problemas.
—¡Canalla! Era mi novela la que tenía que rematar, que está ahí sobre el escritorio. ¡Ha matado a mi mujer! Voy a llamar a la...
—¡Càllese! Novela, morena... ¡Qué sé yo! Estos móviles se escuchan fatal. Me contrató para rematarla y eso hice. Y déme ya la pasta, que me estoy poniendo nervioso...
Sobre el autor:
Javier López
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