No puedo decir que adoro tus curvas porque no termino nunca de apreciar cuáles son tus verdaderos límites. Me es absolutamente imposible admirar tus poses porque apenas fijo la vista sobre tu figura, solo distingo los sitios donde te apoyas. Me cuesta horrores aceptar los reproches de los transeúntes cuando malinterpretan a mi lengua, cada vez que te beso en las escasas oportunidades que logro alcanzarte en las plazas. Y es muy difícil padecer el ridículo al que me someto cada vez que te cedo galante el paso mientras las personas creen que lo que hago es jugar al torero, pero sin toro ni capote.
Seguir tu rastro es tremendamente dificultoso, porque no dejas huellas en los sitios que recorres. No puedo presumir de tu andar refinado, de tu humilde elegancia, ni de ninguno de tus rasgos, porque los ignoro por completo. Jamás pude distinguir si es que me gusta cuando callas, porque no haces otra cosa que estar como ausente. Ni siquiera consigo disfrutar del sexo, porque el ímpetu me ha sorprendido traspasándote sin remedio, sin encontrar jamás el refugio deseado de tu cuerpo.
Sin embargo sabes muy bien que me resulta irresistible ese leve zumbido ululante que atraviesa mis oídos las veces que te presentas. La calidez con que rozas mis mejillas al pasar a mi lado. Y que nunca olvidaré esas noches bien acompañadas de licor a la luz de las velas, aquel verano en el que supiste escuchar comprensiva y silenciosa cada una de mis confesiones.
Por eso es que nunca perdí las esperanzas. Porque sé que algún día comprenderás que aquella herida no fue intencional y podrás perdonarme. Siempre supiste lo mucho que me gusta “Rayuela” y sabrás entonces que yo solo intentaba dibujar tu boca con mi dedo. Y que fue el alcohol y la falta de una nariz o mentón de referencia, lo que me llevó a introducir accidentalmente mi uña en tu ojo y luego hurgar hasta vaciarlo, convirtiendo aquel intento cortaziano, en un torpe acto digno de ceguera borgeana. Es cierto que una vez consumado el daño, invitarte a jugar al cíclope no fue la mejor de las decisiones, pero yo solo buscaba acercarme para poder morder tus labios, compenetrado en el irresistible ritmo de aquel capítulo séptimo de la novela.
Sé que en tu caso hablar de tiempo se torna difuso, pero debes saber que estoy dispuesto a esperar el que sea necesario. Y me ilusiono soñando con que sabrás valorar estas disculpas ofrecidas desde mi cama ortopédica en la cual me recupero de los magullones y quebraduras que sufrí por insistir en perseguirte cuando huías exaltada, cruzando las calles sin cuidado y atravesando resuelta las paredes de las casas.
Hernán Dardes
3 comentarios:
muy bueno Hernán!
Qué cuento fantástico. Fue un deleite leerlo.
Un cuento enorme, Hernán. Me dejó sin palabras, así que siento no extenderme más. Enhorabuena.
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