jueves, 11 de agosto de 2011

Sabiduría secreta – Sergio Gaut vel Hartman


—¿Cómo se consiguen esos manuscritos que usted atesora, Maestro?
El Maestro contempló a su Discípulo con cierta repugnancia, no exenta de ternura.
—Hay que hacer buenos contactos con los proveedores, los que viven en los entramados secretos de los sórdidos laberintos que entrelazan la literatura con el universo. Hay que hacerse amigo de los enfermeros de los manicomios, de los carceleros, de los cartoneros que controlan los portales a otros universos disimulados en basurales infectos.
—¿Y cómo se interpretan, una vez conseguidos?
—¿Qué estás tratando de obtener de mí? —replicó el Maestro con suspicacia, aunque si abandonar una reprobable condescendencia, indigna de un “Iluminador”.
—Sólo conocimiento, Maestro —farfulló el Discípulo, aterrado.
—Conocimiento, nunca sabiduría, ¿verdad?
—No sé si soy digno de ella, Maestro.
—No hay mérito alguno en descubrir el lunar en la nalga de una amante; lo meritorio es deducir y cartografiar el futuro comportamiento de la mujer a partir de ese lunar.
—Pero para descubrir eso tendría que romper mi voto de castidad y abandonar el dulce celibato, Maestro —alcanzó a susurrar el Discípulo.
—Mirá que sos pelotudo, ¿eh? No te das cuenta de nada si no te lo explico con pelos y señales. Cerrá la boca y andá a la cocina a prepararme unos mates, ¿querés? No servís para otra cosa.

1 comentario:

Unknown dijo...

Claro ejemplo de lo difícil que resulta sufrir a los pendejos.