domingo, 7 de agosto de 2011

Líneas - Virginia Cappabianca



I

Escaleras intrincadas succionaron pies inertes.

Inició el conteo, persiguiendo sombras erráticas.

Detrás de ventanas acantiladas, el velo rasgaba las cerraduras.

Un niño en el placard. Correteando.

Arremolinándose, construyó el puente. Multiplicó sus puertas. Ella las golpeaba.

Arriba, sobre su cabeza, el primer piso escondía las sombras del vacío. Fue ocupado. Lentamente pasos secretos dibujaron sus siluetas.

Balbuceando un idioma inventado, como en sueños logró deletrearlo. Un alfabeto imperceptible armó el tablero. Las fichas comenzaron a caerse. Titubeó.

Logró esbozar una sonrisa en paralelo. Sólo un ojo pudo capturarla.

Registró su ficha, guardándola secretamente.

Decidió recorrer el parque en silencio, junto a ella. Tal vez sería un jazmín.

No le hablaba. Las hojas permanecieron tiesas.

Buscó, rasgó muros, restregó lágrimas secas, cayeron sus pestañas. Allí estaba, otra vez frente a su sombra. ¿Qué le podría decir, tal vez darle un saludo cortés?

Repitió el ritual del brindis -a ciegas- sólo ella con su copa de mariposas, los ojos la suspendieron atónitos.

Miles de voces rasgaron su vestido…

-¡Piedad, piedad! - las venas aclamaban cierta danza. Una danza para carrillos en celo, carrillos recelosos, rezagados, somnolientos, carrillos carnívoros. Su carne exhibió infinitas risas violeta-amarillentas.

Se despidió sin sus pupilas, encendida en su cielo, no los volvería a ver con esos ojos.

La sal comenzó a asirse entre sus brazos.

Sin volverse, los acunó tiernamente, como el niño que habitaba en aquel altillo, detrás del placard infante, donde ya no hay puertas ni secretos, sólo un punzón titilante marcando el ritmo del viento.


II

Abre un ojo de porcelana. Desplegando un ala, gira su boca de labios sangrantes.

Parodia anatómica, luciendo un decorado de cristales serpenteantes, produce alguna curva en espiras paralelas.

Centellean arbotantes. Carótidas sueltan risas funestas.

Diáfanas primaveras enrevesadas en fantasmáticos prismas azules, las dagas doradas ceden su sed.

Una estrella gris de luna devorada desenmascara un sobretodo abotonado en mariposas crustáceas y sus pestañas, punzantes agujas, alteran al plano recortado por tramas oblicuas.

Aquel espejo continúa latiendo.

Una siesta incrustó su fusil, las pantallas particionan el enmarcado. Una sala bifurcada estalla suspendida.

Puertas multiplicadas, el corredor barre los pasos.

Caminaron certeros caminos, inciertamente. Una brisa aligeró suspiros erráticos.

Discontinuos ritmos enumeraron al acto, recreándose en voces certeras.

Retrocediendo, alguna flauta inicia su voz en sórdidas volutas.

Cierra los ojos. Su almohada cobija la siesta.


III

Despierta dormida para danzar en la noche, alterando el vuelo de raíz estridente, acumulando abismos en cajones superpuestos.


IV

Allí estaba, frente al teclado.

Un leve líquido recorrió su membrana, el charco le succionó los pies.

Aureolas derramadas, la humedad contorneaba sus ojos.

Ciertas letras fueron testigos, levemente moldearon su sombra, recobrándola, recreándola. Allí estaba, reformulándose entre dientes, esbozando una sonrisa, tal vez de alegría, más bien de espanto.

Recorrió algunas venas, punzantes, latentes bajo su piel serena.

Suavemente presionó una tecla, la pantalla quedó en blanco.

Logró adivinar un sonido hueco, y dijo: -Sí, es mejor así. No cambiaría nada. El final me convence.

Acomodó sus cabellos, restregó sus manos sobre la falda. Se incorporó.

Los primeros pasos fueron más estruendosos, luego el sonido de los tacos cedió al del picaporte.

Una puerta. Fue la última vez que la abrió, para lograr cerrarla de una vez.

Su silueta pausó el aire, recortando un corredor zigzagueante, dejando borrosas aristas en la mirada lacerada.

Atrapada entre palabras, miles de páginas entramadas de ruidos rozantes, ruidos furtivos adivinando su voz ausente.


V

Se alejó de su cuerpo. El espectro levantándose lentamente, inició la deriva, desvaneciéndose entre cenizas.

Un cuerpo socavado, ruinoso, sucumbiendo estático, en su mutismo original. Para siempre.

Jamás será disfraz de bailes inventados, jamás adornará miradas confundidas, no danzará volutas inventadas, ni zurcirá secretos volatilizados de fastidios cotidianos.


VI

Antes todo era abismo, cuando no tenía voz y la voz eran ellos, hasta que encendió el descenso que fue caída, donde la salvación cuestionadora perdió cierto candor.

Enmarca la carne magra, entintada hasta los codos descubre el zurcido, destramando y diluyendo el retrato, reformulando la oración.

Hoy suspira, sus labios trazan líneas.

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