Siempre que altero mi vida para mejorarla, según mis creencias, o algún suceso inesperado se da de bruces con ella, lo proceso a través del pelo. En este caso en concreto, la naturaleza me anunció, además de que tomara Ibuprofeno 600, que no se estaba cocinando ningún prototipo dentro de mí. Era hora de darle un empujoncito a esa naturaleza que de instintiva se había vuelto sofisticada y derrochona. Iba a empezar con los test de ovulación por un módico precio de 28€ la cajita y a ‘procejarlo’ (híbrido de procesarlo y festejarlo) yendo a la peluquería para cambiarme el color.
Me he dado cuenta de que mi color fetiche es el rubio-rubio, aunque estoy convencida de que no es el que mejor me queda, pero es como llevar una cintita roja en la muñeca o llamar al cura para que te bendiga la casa.
A lo que voy: le hice mi pregunta de rigor al peluquero de turno.
¿No hace mal teñirse el pelo cuando uno está embarazada, no?
Para nada. ¿Qué, estás?
No, no, pero estoy buscando.
¡Estás embarazada!
Me afirmó que lo sabía porque, según él, tenía la nariz hinchada. Lo curioso es que no me conocía de nada y tampoco sabía si mi nariz era realmente así (¿grande?) de hinchada full time. Me hubiera esperado un comentario por el estilo de una abuela o madre de cinco hijos, pero no de un joven peluquero que se come las uñas y tiene caspa sobre los hombros de la camisa negra. En fin, como me dio curiosidad decidí hacer una pequeña encuesta en la calle antes de gastar el dinero en vano.
Unas piernas de adolescente saliendo de un mini uniforme de colegio me dijeron que al parecer sí, porque tenía tripita. No quise explicarles que la tripita puede tenerse por desayunar tostadas con manteca todos los días a una cierta edad, tengas hijos o no. No quise asustarlas.
Uno de los entrenadores del gimnasio me dio un ‘no’ rotundo porque se me tenían que poner los labios como los de Angelina Jolie para que estuviera embarazada. ¿Pero si sólo llevo un par de semanas?, le pregunté. Eso se ve al instante; es más, creo que por eso mi mujer quiso tener tantos hijos. Fui a mirarme al espejo para comprobarlo: nada de nada, la misma imperceptible y laminada boca de siempre.
Me dirigí a la que seguro tendría una respuesta clara: una abuela que cuidaba de sus nietos en la plaza. Le pregunté a ver qué le parecía. Me dijo que mi cara estaba radiante. ¿Y no puede ser el maquillaje?, le pregunté. No creo, querida. Como mi casa quedaba enfrente, fui, me la lavé y volví a bajar para hacerle la misma pregunta: ¿Qué le parece ahora, estoy radiante?
La respuesta no fue favorable. Le di las gracias y hasta un abrazo, asegurándole que no era culpa suya. Después de despedirme fui directo a la farmacia a comprarme los test de ovulación. Habría que dejar el asunto en manos del raciocinio, el método científico y el bolsillo.
Ponerle cabeza a algo tan natural como concebir resultaba lógico desde mi punto de vista, ya que el asunto nunca me había parecido ‘natural’ sino todo lo contrario. Claro que hubiera elegido la otra forma, la de toda la vida, pero quién sabe. La parte buenas es que por fin voy a poder usar las agendas que me regalan siempre a principios de año.
Tomado del blog:
http://unaembarazada.blogspot.com/
Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos
Me he dado cuenta de que mi color fetiche es el rubio-rubio, aunque estoy convencida de que no es el que mejor me queda, pero es como llevar una cintita roja en la muñeca o llamar al cura para que te bendiga la casa.
A lo que voy: le hice mi pregunta de rigor al peluquero de turno.
¿No hace mal teñirse el pelo cuando uno está embarazada, no?
Para nada. ¿Qué, estás?
No, no, pero estoy buscando.
¡Estás embarazada!
Me afirmó que lo sabía porque, según él, tenía la nariz hinchada. Lo curioso es que no me conocía de nada y tampoco sabía si mi nariz era realmente así (¿grande?) de hinchada full time. Me hubiera esperado un comentario por el estilo de una abuela o madre de cinco hijos, pero no de un joven peluquero que se come las uñas y tiene caspa sobre los hombros de la camisa negra. En fin, como me dio curiosidad decidí hacer una pequeña encuesta en la calle antes de gastar el dinero en vano.
Unas piernas de adolescente saliendo de un mini uniforme de colegio me dijeron que al parecer sí, porque tenía tripita. No quise explicarles que la tripita puede tenerse por desayunar tostadas con manteca todos los días a una cierta edad, tengas hijos o no. No quise asustarlas.
Uno de los entrenadores del gimnasio me dio un ‘no’ rotundo porque se me tenían que poner los labios como los de Angelina Jolie para que estuviera embarazada. ¿Pero si sólo llevo un par de semanas?, le pregunté. Eso se ve al instante; es más, creo que por eso mi mujer quiso tener tantos hijos. Fui a mirarme al espejo para comprobarlo: nada de nada, la misma imperceptible y laminada boca de siempre.
Me dirigí a la que seguro tendría una respuesta clara: una abuela que cuidaba de sus nietos en la plaza. Le pregunté a ver qué le parecía. Me dijo que mi cara estaba radiante. ¿Y no puede ser el maquillaje?, le pregunté. No creo, querida. Como mi casa quedaba enfrente, fui, me la lavé y volví a bajar para hacerle la misma pregunta: ¿Qué le parece ahora, estoy radiante?
La respuesta no fue favorable. Le di las gracias y hasta un abrazo, asegurándole que no era culpa suya. Después de despedirme fui directo a la farmacia a comprarme los test de ovulación. Habría que dejar el asunto en manos del raciocinio, el método científico y el bolsillo.
Ponerle cabeza a algo tan natural como concebir resultaba lógico desde mi punto de vista, ya que el asunto nunca me había parecido ‘natural’ sino todo lo contrario. Claro que hubiera elegido la otra forma, la de toda la vida, pero quién sabe. La parte buenas es que por fin voy a poder usar las agendas que me regalan siempre a principios de año.
Tomado del blog:
http://unaembarazada.blogspot.com/
Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos
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