Primero fue el color azul. Lo cubrió de ácido hasta deformarlo por completo y quitarle todo su atractivo. Siguió con el naranja y después con el verde. Continuó endemoniado lanzando chorros de ácido a cada uno de los colores. Y siguió con el silencio, al que decidió acribillar a balazos. Asfixió los sonidos e hizo arder las palabras. Avivó una fogata interminable y poseído arrojó las sonrisas y muecas tristes, las miradas tiernas y las odiosas, los recuerdos aciagos y también los felices. Las ilusiones, la fantasía y alguna que otra pesadilla. Descuartizó los días y perforó las noches. Extasiado. Inmerso en un trance secreto y milenario en el que solo importaba matar. Matar el amor. Matar el deseo. Matar el hambre y la sed. Matar las ideas. Matar el sueño. Matar la luz y las sombras. Matar la muerte. Matar. Matar porque sí, nada más. Para matar el tiempo.
Tomado de: http://hernandardes.blogspot.com/
1 comentario:
Me encanta el uso de las palabras en este texto.
Da la impresión de que están hiladas de modo pensado y, al mismo tiempo, que salen a borbotones. Saludos
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