A eso de las doce y media llamó el novio de Emilia, que vive enfrente, y tuve que dejar de comer los ravioles para avisarle. Se enfriaron y mi madre me miró con cara de no seas quisquilloso, así que los comí como estaban. Emilia habló como media hora y se fue sin saludar. Seguro que pelearon. Hice un comentario irónico y me ligué una reprimenda. Me rebelé argumentando que Emilia se abusaba de nuestra generosidad con el tema del teléfono y fue peor. ¿No sabés que en este país hay gente que espera una línea desde hace años? Nosotros somos afortunados y tenemos que ser solidarios. La diatriba duró un buen rato. Estuvieron a punto de prohibirme salir a jugar con Norberto y el Pocho. Pero al final prevaleció la justicia: ellos sabían que los Poggi son abusadores, empezando por Emilia y siguiendo por Emilce, Delia y toda la parentela. Cuando salí a la calle presencié un espectáculo poco frecuente: había una larga fila de tranvías detenidos porque un caballo se había muerto sobre las vías. Estarían esperando una cuadrilla de la Municipalidad para moverlo. Pero mientras tanto, la extraña parálisis que congelaba el paisaje mi hizo reflexionar sobre mi situación. Por un momento había olvidado que soy el gran cronofísico Alejandro Benoit, que inventé una máquina del tiempo en 2019 y estoy anclado en 1957 porque por una ley natural aún por descubrirse uno solo puede viajar al propio pasado y revivir los hechos que presenció. Seguramente estoy condenado a defender la realidad de la paradoja que yo mismo creé y revivir cada minuto de mi vida hasta llegar a ser el gran cronofísico Alejandro Benoit, el que inventó (o inventará) una máquina del tiempo en 2019. Mi única esperanza, pobre e ilusa esperanza, es que yo mismo, en 2020 o después, logre perfeccionar el invento y venga a rescatarme. Pero me inclino a pensar que no, que no lo lograré.
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