lunes, 23 de mayo de 2011

Maquilladora de cadáveres - Jorge Oteriño


Zulma pasó corriendo el portón con el solemne cartel que decía:

POMPAS FÚNEBRES DI LORETO
depósito, empleados

—Hola, Adrián... —dijo—. Se me hizo tarde.
—Hay tiempo, Zulmita. Los parientes no llegaron aún. —Adrián señaló hacia una de las mesas de trabajo—: Ése —dijo.
Zulma se calzó un delantal, un barbijo y un par de guantes de látex, y se acercó con su valijita de cosméticos. Se le cortó la respiración, y en su lugar se le mezclaron la incredulidad, el asombro… Y por fin la tristeza cuando se dio cuenta: quien yacía tieso sobre el mármol no era un finado cualquiera. Era Batista.
—¡Batista!
Alguna vez habría de ocurrir, encontrarse allí con alguien conocido. Muy conocido. La mayoría de los cuerpos que ella maquillaba pertenecían a personas que veía casi a diario, sí. Gente del vecindario, cuya familia contrataba los servicios de la funeraria. Pero este caso era diferente. Hasta apenas unos meses atrás, y durante cinco años, Batista y ella habían compartido sus vidas. Después… bueno, sus vidas siguieron.
Y ahora estaba ahí. Pobre Batista. ¿Qué le habría pasado?
—¿Qué le pasó, che? — le pregunto a Adrián intentando ahogar el llanto y disimulando la voz.
—Y yo que se Un accidente creo
Pobre Batista...Ya no podía hacer nada por él.
O tal vez, sí. Podría esmerarse más que nunca y hacer el mejor maquillaje que pudiere. En vida, Batista había sido muy cuidadoso de su arreglo personal. En su última aparición en este mundo no desentonaría. Estaría radiante. Muerto, pero radiante.
Empezó a trabajar.
Masajeó la cara y el cuello del difunto hasta conseguir la mayor elasticidad que pueda darse a los músculos de un muerto. Enseguida afeitó la barba con abundante espuma y agua caliente y una navajita nueva y afilada. La cara quedó lisa y suave. Le arregló el abundante pelo negro y lo peinó como acostumbraba Batista: Untado con "gel", raya al costado y el resto hacia atrás, con ese mechón que dejaba caer sobre la frente. Cubrió toda la piel que quedaría a la vista con una crema de color idéntico al natural. Esta era la tarea más difícil. Había que usar una base de maquillaje lo suficientemente firme como para tapar las livideces cadavéricas y esas semitransparencias manchadas y vidriosas que, a medida que pasan las horas invaden la piel de los muertos. De modo que el arreglo debía calcularse para el futuro.
Pero, a la vez, el empaste debía ser suave y disimulado para que el difunto no pareciera maquillado. Lo mismo sucedía con los labios. Encontrar el tono exacto y diluir la pasta de color para que no se notara la aplicación de la pintura. Zulma era una experta. Una verdadera artista. Había perfeccionado su técnica durante los cuatro años que trabajaba en “Pompas Fúnebres Di Loreto” y ponía especial cuidado en ese punto, porque no se trataba de dar color a la piel del muerto, sino de opacar brillos y abrillantar opacidades cadavéricas, lo que suena contradictorio pero que sin embrago, es la clave del arte.
Con un pincelito dio los últimos toques a la boca. Por fin, cubrió con un polvo incoloro, que aplicaba con un pequeñísimo cepillo, las partes angulosas de la cara para tapar el brillo.
Quedó conforme con su trabajo. Era su homenaje íntimo y silencioso a ese hombre que respetó y amó.
Miró al cadáver.
—Ya estás buen mozo como siempre, Batista —dijo para sí.
Batista sonrió y asintió con la cabeza.

Publicado en el Suplemento cultura de diario Perfil el 30 de enero de 2011.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuento atrapante y con un final bastante optimista, a pesar de la trama. Dejo mi blog sobre cuentos y relatos cortos: http://elblogdeale2011.blogspot.com

Saludos.