—Es una vergüenza —gritó uno de los asistentes—. Ese tipo me humilla sin miramientos, poniéndome en las situaciones más ridículas, más indecorosas para un ser humano. Como cuando me hizo dormir en la caseta del perro, rodeado de excrementos y de comida en mal estado.
—Lo mío es aún peor —se lamentó otro—. Yo nunca mataría a una mosca, y sin embargo él dice de mí que soy un asesino en serie, un pervertido sexual, un ser vil y despreciable. Estoy desesperado. No tengo amigos, todos me miran con recelo, como si fuera un apestado.
—Yo tampoco salgo bien parado —terció uno de las primeras filas—. Me han convertido en un alienígena repulsivo que causa tanto asco como risa a quien lee sus historias. Para nada me identifico con ese personaje, cuando realmente soy un romántico que quisiera protagonizar un buen papel de galán.
—Y yo… yo estoy harto de ese ridículo género al que llaman “microficción”, donde nos hacen aparecer y desaparecer en cuestión de segundos, con papeles de lo más absurdo y sin sentido, como si quisieran mofarse de todos nosotros.
Así, uno tras otro, los asistentes al Primer Congreso de Personajes Sindicados, fueron exponiendo sus quejas. Quedaba claro que ninguno de ellos estaba de acuerdo con el destino que le habían dado sus autores. Y, también, que no eran conscientes de que aquel pretendido Congreso era realmente una microficción.
Javier López
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