Se comió la manzana que ella le ofrecía convencido de que así podría poseer a esa mujer desnuda y bella que había sido hecha para él pero que por alguna extraña razón tenía que conquistar primero. Cuando ya sus cuerpos yacían extenuados y laxos de placer, Pedro empezó a temblar. Sorprendido ante aquellas desagradables sensaciones de hambre y frío que jamás había sentido, se olvidó por completo de las curvas femeninas de su mujer que insistían en insinuarse. Desesperado buscó comida y refugio donde guarecerse, tareas que en adelante nunca podría descuidar. Eva, que fingía dormir con la misma astucia con la que momentos antes había fingido el orgasmo, casi podía notar como la semilla de su primer hijo se abría camino en su interior.
Adán sería expulsado, ese fue el pacto, y ella tomaría el poder; se constituiría en el origen matriarcal de un mundo hecho a su imagen y semejanza. Fue su intuición, como siempre, quien la alertó: con Adán al frente, el mundo sería un desastre. A cambio le prometió a Dios perpetuar, hasta donde pudiese, la absurda leyenda de su Creación.
Acerca de la autora:
Isabel María González
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