En varias ocasiones, camino al trabajo, saludé a una viejita achacosa en una casa del barrio. Coincidí con la dueña –una mujer algo afectada- en la cola del súper.
—Vi a su mamá —le dije.
—Qué raro…, si nunca sale de Montevideo —comentó extrañada.
—¡Ah…perdón! —exclamé, sintiéndome una entrometida—. Como la señora estaba en su jardín…
—No sé —murmuró intrigante— ¿En mi jardín? ¿Y qué hacía?
—Se entretenía con las plantas.
—¡Con razón aparecen las flores descabezadas! ¡Una pena, mire! Supuse que era un ácaro. Pero, oiga —se llevó una mano al pecho— ¿era muy vieja, la mujer?
—Sí, y flaquita también. A veces está sentada.
—¿Cómo? ¿La vio más de una vez?
—Sí, sí…
Puso los ojos en blanco y los cerró por segundos.
—Hágame un favor ¿quiere? —un hilito, su voz— La próxima, pregúntele su nombre. Si se llama Cata ¡es ella!
—¿Quién?
—¡Mi suegra!
—¿Por qué no se lo pregunta usted?
—Si la viera, lo haría.
—¿No la ve?
—Sólo en la foto de la lápida, querida.
Eventualmente, la vieja me sigue saludando. Pero yo no pregunto.
2 comentarios:
Enhorabuena Moni!!!
¡Se hizo justicia! es un cuento excelente!!!! Felicitaciones, Elsa Calzetta
(al buen escribidor, pocas palabras)
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