domingo, 17 de abril de 2011

Entretenerse – Mónica Ortelli


Temprano, el Duque avisó que había autorización y quién sería el candidato. Eso levantó un poco el ánimo. De tanto en tanto venía bien un poco de acción, si no las guardias se hacían muy largas. No hizo falta coordinar las tareas.
Después de cenar cuando se juntaron en el predio, el encapuchado ya estaba de espaldas contra el paredón. En calzoncillo y camiseta, así se veía mejor. Con un tono acorde a las circunstancias, el Gaucho le informó que debido a una disposición interna debían mantenerle la venda sobre los ojos, aunque si él quería podían desatarle las manos. El tipo, temblando, estuvo de acuerdo.
Jiménez dio las órdenes y los otros prepararon, apuntaron y dispararon al unísono un proyectil cada uno. El condenado se sacudió al tiempo que llevaba los puños al pecho y caía de costado.
A algunos, las carcajadas los doblaron en dos al verlo boquear y patalear todavía, en el piso. No fallaba: cómo se la creían, cuando en realidad las balas se clavaban en la pared, a un metro por encima de la cabeza.
El que había levantado las apuestas fue el encargado de corroborar si el prisionero se había cagado encima. Lo inspeccionó, lo pateó, lo auscultó.
¡No ganó nadie! —gritó— ¡Que se muera no vale! ¿Qué hacemos? ¿Tenemos tiempo para otro o dejamos la guita en el pozo?


Tomado del blog  Ni vara ni cuchillo

2 comentarios:

Javier López dijo...

Menudo juego...
Cruelísimo y buen cuento.

Mónica Ortelli dijo...

Gracias Javi.