Timotea, morena y fría; madre de un asesino, cerebro del asesinato perpetrado por su vástago. Timotea gimotea, ahora que el nido le ha quedado vacío, ahora que el títere colgado de su ombligo envió a su mujer al otro mundo, vaya uno a saber qué mundo.
No fue abusada por su padre ni golpeada por la madre, explotada por su abuelo ni humillada en el colegio.
Los únicos recuerdos que nos llegan de ella son de mezquindad para con sus hermanos, de exacerbación del placer en causar discusiones entre sus padres para ser ella la ganadora: Dividir para reinar.
Si no existía motivo para que sus padres pelearan, ella inventaba un rumor, que papito querido, te vi con la Rosalba el otro día acá a la vuelta... ¿Qué hacías? Yo no, m'hija, quién es Rosalba? Me pareció que estaban como novios, papito. M'hija, que sería otro. Mamita querida, me pareció escuchar al papi decir qué tetas que tiene la Rosalba... y que usted estaba un poco dejada... pero no estoy muy segura.
Ni el padre había cruzado caminos con la tal Rosalba, ni eran las tetas de Rosalba algo más que un corpiño relleno para exagerar protuberancias naturalmente menos protuberantes, dentro de un vestido grotesco que en la mente de la madre de la malvada se convertía segundo a segundo en un traje del Lido de París.
Entonces, la madre se cegaba y empezaba la escena que terminaba con el hombre pegando un portazo para no reventar, y con la pequeña malvada dueña del papi y de la mami, absolutamente dueña de sus destinos y sistemas nerviosos.
Su hermana mayor había captado la estrategia y le temía... le temía y la odiaba por ser la creadora del caos familiar que de no haber existido la mentira, las mentiras casi diarias, jamás habría ocurrido. Cirila habló por fin con sus padres, en conjunto y por separado; su intención era desenmascarar a la hiena que había parido la pobre de Matilde en mala hora.
Pobre Matilde, y pobre Cirila. Timotea le quemó la cara con la plancha a la primogénita a quien le quedó la cicatriz para siempre en la mitad del otrora bello rostro.
Los años pasaron y la bestia reinó entre los hombres y las mujeres que a su vida entraban, hasta que con un Eugenio mal aspectado engendró al homicida.
Timotea creó un monstruo a su imagen y semejanza, lo entrenó para burlarse de las mujeres, para no honrar la vida sino para jugar con la misma.
Timotea urdió la trama de un asesinato y el que fue preso, fue el vástago imbécil. Ella tenía más de setenta años y le correspondía arresto domiciliario, pero como no pudo comprobarse fehacientemente la autoría intelectual del homicidio... quedó libre.
Su engendro ingresó al penal y allí quedó, donde nunca fue visitado; ella compró un paquete de chipá y gimoteando se hizo un mate, mientras le ponía una flor a la Virgen Desatanudos...
Extraído del blog
Despertar de la Crisálida
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