Mannheim
Transcurría el año 1715. Al señor Johann Stamitz se le había hecho el encargo de hacer sonar aquel nuevo instrumento recién creado.
El reto no era fácil. La tarea no consistía solamente en ejecutar una pieza musical con el complejo y gigantesco organismo vivo, que sonaba como 36 violines, 12 violas y violoncelos, 8 contrabajos de arco, 5 trompetas y otros tantos clarinetes, trombones, trompas y flautines, además de enormes tambores, platillos y otros instrumentos de percusión. El problema radicaba, además, en sincronizar más de ochenta pares de brazos en movimiento, manos que ejecutaban, bocas que soplaban, nervios, músculos y respiraciones que necesitaban armonizarse. Y ese nuevo instrumento no podía ejecutarse pulsando, ni frotando, ni soplando ni percutiendo. Se necesitaba, más que nada, una buena dosis de imaginación y creatividad para que sonara correctamente.
Stamitz lo vio claro. La forma de tocar el nuevo instrumento no podía ser otra que utilizar una varita mágica.
Tiempo después, algunos llamaron a esa varita batuta. Y a él, al que todos consideraban como un mago, le llamaron director de la primera Orquesta Sinfónica del mundo, la de Mannheim.
2 comentarios:
¡Muy bien! Justa reivindicación de Stamitz y de la batuta, una maravilla la descripción de ese "monstruo" Javier...
Excelente...hay que tener ese poder, yo me embriagaría de notas y de tonalidades antes de saber controlar a ese monstruo sinfónico...
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