Empezó cuando la cucaracha, arrogante, lo miró desde el borde del monitor y movió las antenas, como si lo desafiara.
—No te muevas, bicho inmundo. Regreso en dos segundos —susurró. La cucaracha pareció sonreír, jactanciosa, mientras él se levantaba de la silla, iba a la cocina y volvía con una hoja de papel absorbente arrancada del rollo. La cucaracha siguió esperándolo, confiada, ajena al peligro que la acechaba. Pero ese engreimiento fue su perdición, ya que la mano se movió con inusual celeridad y el blátido quedó aplastado en el papel, hecho papilla.
—Así de fácil, idiota —dijo envalentonado. El episodio había sido altamente gratificante y la sensación de poder derivada de su éxito lo indujo a seguir adelante. Miroteó a su alrededor y vio la jaula del canario, ese avechucho ridículo comprado por su ex que ni siquiera sabía cantar. Metió la mano en la jaula y a pesar de que el animalito trató de ponerse fuera de su alcance, no tardó en atraparlo en el puño y reducirlo a una pasta de plumas sanguinolentas. Se limpió las manos en una doble hoja de papel absorbente, gran invento chino, el papel.
—¿Y ahora? —Ahora hay que seguir, se respondió. Le estaba tomando el gustito. En sucesión reventó a la tortuga con el taco del zapato, mató al gato moliéndolo con el sartén de hierro y acto seguido salió al pasillo, donde la anciana del 22 hacía su diario paseo, apoyada en el bastón canadiense.
—Buen día, don —empezó la vieja, pero antes de que pudiera completar la frase, pateó el adminículo, la mujer cayó de lado y rodó hasta el borde de la escalera, se bamboleó un instante y con la ayuda de una generosa patada extra, rodó rebotando en los escalones y las paredes hasta quedar inmóvil en el piso inferior.
—Bien —murmuró—. Vamos por más.
La siguiente víctima fue Manolo, el portero histórico del edificio, a punto de jubilarse. Lo encontró en el sótano, arreglando el flotador del pozo de desagüe de la bomba de agua. Había dejado la pesada reja de hierro a un costado y medio cuerpo se encontraba casi en el aire. Le pegó en la nuca con la reja y supo que el encargado estaba muerto antes de llegar al fondo.
—¿Y ahora? —Complacido, pero no ahíto, el monstruo alzó la cabeza, como si fuera capaz de oler a su futura presa.
A cinco años luz de distancia de la Tierra, un ser inconcebible para los parámetros humanos asistía a esta escalada con una actitud parecida a la que tiene uno que descubre una cucaracha en el borde del monitor. Y la inaudita criatura notó que le había gustado el modo utilizado por el hombre para exterminar a todos los seres que consideraba inferiores. Así que decidió imitarlo, o algo por el estilo. Tomando lo que podría ser definido como un pedazo de papel absorbente, atrapó al tipo entre unas extensiones similares a dedos y lo aplastó, produciendo con él una suerte de picadillo, o su análogo. En lo que sería lícito denominar rostro se dibujó una mueca afín a una sonrisa y en lo que sin mucho esfuerzo podríamos llamar mente se formó el equivalente a un siniestro pensamiento: vamos por más. O algo aproximado, claro.
Sergio Gaut vel Hartman
4 comentarios:
Fascinado ante la escalada. Y mirando a todos lados, no vaya a ser que una mano (o su equivalente) se cierna sobre mí...
Esta vez llegó Javi primero (es decir, suscribo lo dicho por él)...
Brillante este cuento, y, como dije, digno de ser llevado a la pantalla chica, a un capitulo de la Dimensión Desconocida...
¡Muy bueno!
Muy bueno y cierto lo que dice Titán. Me sigue enganchando el ritmo con que escribes, me alegro de haber podido acceder a tus cuentos.
Un saludo.
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