El joven extendió la mano derecha a la vieja gitana vestida de negro mientras que con la izquierda sacaba unas monedas del bolsillo
—¿Entonces, abuela?— preguntó con una sonrisa socarrona.
—Dame un minuto hijo —dijo la vieja y le frotó la palma como si quisiera sacar una capa de tierra que no la dejaba ver—; esto es muy confuso, digo, tu infancia. Creo que has pasado por muchos miedos. ¿Cuál es tu nombre hijito?
—¿Qué, no lo dice la mano abuela? —preguntó José.
—Creo que es un nombre cristiano...
—Me llamo José, abuela, pero eso no fue muy preciso, espero que no todas sus predicciones sean así.
—Mmmm..., creo que ocultas cosas, entre tus ropas —dijo la vieja y miró a José directo a los ojos—. Creo que los miedos siguen y la confusión también —agregó la gitana y el muchacho pudo ver sus dientes grandes y afilados y sus cuencas hundidas.
—Le aseguro que no me domina miedo de ningún tipo, abuela y en cuanto a la confusión...
—Se ha transformado en furia ¿no, hijito? Sí, claro que sí. Furia —dijo la vieja y a José le pareció que su mano estaba apoyada sobre mármol frío.
—Le decía que en cuanto a la confusión tengo planes muy definidos —dijo José poniendo sobre su propia palma unas monedas para que la vieja las agarrara y así poder librarse de ella.
La vieja miró las monedas en la palma de José, las tomó y se las devolvió en la otra mano.
—No me dejan ver bien tu futuro inmediato hijo —le reprochó la vieja.
—Le aseguro abuela que debería preocuparle más su futuro inmediato si no me suelta la mano.
—Mmm, la furia de José por la que todos deben pagar ¿eh? Dime, ¿eres capaz de aceptar consejos? —preguntó la vieja atravesándolo con la mirada.
José sonrió y de un tirón se soltó de la mano de la gitana.
—¿Y, abuela? ¿No vio mucho, eh?
—Yo veo todo hijo —aseguró la gitana abriendo su mano. José le acerco las monedas, pero la gitana lo tomó por la muñeca y haciendo uso de una fuerza impredecible para su tamaño, le retorció el antebrazo hasta que la palma nuevamente apuntó al cielo.
El muchacho miró incrédulo a la anciana que se había puesto nuevamente a estudiar las líneas de la mano de su cliente.
—No lo tomes a mal chiquito, es que no sabría que hacer si no veo tu futuro inmediato.
—¿De qué habla? —preguntó el muchacho mientras comenzaba a sentir un ardor que subía por su antebrazo. Intentó dar un paso atrás sin lograrlo. Levantó su chaleco para que la gitana pudiera ver los dos revólveres que cargaba.
—Después de matarla, vieja imbécil voy a visitar a unos amigos. Profesores y algunos chicos que solía considerar amigos. Mejor suélteme. Tengo cosas que hacer.
— Hijito, puedo ser muy caprichosa y te estás metiendo donde no te llaman. Ves esto, aquí —dijo la vieja señalando la mano del muchacho—; muchos de ellos no están en la lista. Dios sabe que no me importa la ética, pero la lista importa. En realidad es lo único importante. Tu confusión hace que algunos tengan que entrar en mi lista antes de tiempo y otros que deberían entrar..., bueno, los puedo ver atravesando la línea.
—Si no me deja ir...
La gitana lo miró con sus cuencas cada vez más vacías.
—El daño está hecho. Si me hubieras querido escuchar, pero tanta confusión hijo. ¿Cómo podrías enmendar las cosas si no escuchas? Ahora voy a tener que elegir la salida más económica y después tendré que reparar la lista como pueda.
José trató de sacar un arma, al mismo tiempo que alguien gritaba desde el otro lado de la calle.
—¡Tiene un arma! —escuchó decir y luego un estruendo que lo sacudía de pies a cabeza. El olor a sangre y un golpe contra el piso que le quebró varios dientes.
—¿Está bien, señora? —preguntó el policía.
La gitana se echó una capucha negra sobre la cabeza y se arrodilló al lado de José que sentía su vista nublarse.
—Sí, bien, pero creo que el muchacho está muerto —dijo mientras que con sus manos huesudas tironeaba para sacar el alma de José de su confusión.
1 comentario:
Ella siempre gana... me gusta.
Publicar un comentario