sábado, 12 de marzo de 2011

El parche - Daniel C. Montoya


Debo confesarme sorprendido. La verdad: ¡fantástico! ¡Estupendo! Es increíble que haya provocado estos efectos en mí. El parche dermatológico antidepresivo, más que revolucionario, ¡es un auténtico milagro! Es como un despertar a la vida.
–Me alegro que perciba mejoras –comentó el psiquiatra–. Pero por favor, puntualice cuáles son los beneficios que usted nota desde que se lo aplica.
Bueno… para empezar… en lo que me generaban los viajes. Eran un calvario. Con el Roca repleto hasta superar toda capacidad razonable, casi sin poder respirar, soportando los olores íntimos de los demás, el mal aliento de los que ni desayunan ni se cepillan los dientes; la falta de aire fresco porque los extractores no funcionan, lograban que, ante el mínimo roce malinterpretado o algún pisotón, comenzaran discusiones en un viaje que debía durar treinta minutos, pero que siempre son de cuarenta o cincuenta por las paradas en medio de la vía. Esta situación de todos los días, me hacía empezar con un bajón anímico, que ahora siento superado.
–Pero de esa manera ya no viaja Alfredo –señaló el doctor–. ¿Puede ser que la salida de esta circunstancia traumática para usted, le subsanara en parte sus estados depresivos?
Si, tal vez. Pero no sólo eran los viajes. Después venía lo del trabajo; con la rutina de aguantar el maltrato de mi jefe; siempre menospreciando altanero todo lo que hacía, con su soberbia agresiva orientada hacia mí. La vez que le pedí un aumento llegó a sacarme de su oficina para burlarse de la manera más socarrona e hiriente delante de todos mis compañeros; que por obsecuencia le seguían la corriente. Con esto lograban que fuera el chivo expiatorio, evitando que se la agarrara con otro. En la oficina era el blanco de burlas y bromas pesadas de mis pares; total, nadie los reprendía; al contrario, era el idiota lógico. Me destruían… El ambiente era opresivo, con dolores de cabeza, mareos y ganas de vomitar, que encerrado en el baño nunca se concretaban. Quería escapar, pero no sabía adónde ir…
–Y de la misma manera, Alfredo, usted ya no trabaja en ese lugar ni con esa gente. Entonces, ¿es el parche, o la ausencia del contexto conflictivo lo que le ayuda a superar su depresión? –propuso el psiquiatra.
El parche antidepresivo me fue recetado antes de dejar de viajar y de terminar con ese trabajo. No obstante falta lo que ocurría en casa. Yo sabía antes de casarme que Marcela no cocinaba, y la limpieza de la casa nunca fue su fuerte. Pero nunca creí que llegáramos a tanto. Mi propia casa era un auténtico caos. El dormitorio en absoluto desorden por semanas o meses, hasta que yo podía dedicarle unas horas para ordenarlo. La cocina se deshacía de mugre, con platos amontonados de comidas de delivery; la heladera hedía un vaho insoportable; el baño no se quedaba atrás, así como el resto de la casa. Lavaba y planchaba para tener algo decente con que ir a la oficina y los chicos a la escuela. ¡Un desastre! Lloraba en silencio mientras hacía estas tareas, y Marcela charlaba por teléfono con sus amigas, en una casa que se derrumbaba en una pocilga… Pero por suerte todo eso ha quedado en el pasado, en el olvido, creo que puedo decir que estoy curado.
–Sin embargo Alfredo, durante años usted soportó vivir así, en esas condiciones, con una depresión constante; medicado sí, pero sin cambios en su carácter que lo llevaran a una modificación en sus actitudes.
Sí, es cierto, fueron muchos años así.
–Fue a partir de la aplicación del parche antidepresivo que usted notó una mejoría y se produjo un notable cambio en su carácter y actitud frente los demás.
Sí, tiene razón.
–Entonces, ¿sigue sin recordar por qué le tiemblan las manos? ¿No vuelve a su memoria lo que hizo esa noche con Marcela, dos años atrás, mientras ella dormía? ¿No recuerda que por la mañana se fue a trabajar como si nada, con la cuchilla de cocina aún en su mano ensangrentada, directo a la oficina de su jefe? ¿No recuerda lo que hizo con su jefe y con sus compañeros que trataron de detenerlo?
Con toda sinceridad, no recuerdo nada… Sólo siento esa sensación de bienestar libre e independiente que me da el parche…

Autor: Daniel C. Montoya. Centro Cultural Aníbal Troilo.
Extraído de Laboratorio Central

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