martes, 8 de febrero de 2011

Invasión - Gilda Rodas


No lo podía creer. Según mis creencias, sabía que no podía ser el fin del mundo. No de esta manera.
Estábamos siendo atacados por los extraterrestres y no lo podía creer, de no ser porque frente a mis ojos estaban esas enormes naves extrañas y complejas. Nadie podía creerlo, todos corrían de un lado al otro, con pánico. Gritaban ensordecidos. En sus caras podía ver el dolor, el miedo, mientras se derrumbaban edificios, se incendiaban casas, automóviles, todo lo que estaba a nuestro paso ardía en llamas.
Todo medio de comunicación estaba caído. Empezó hace tres días cuando nadie pudo acceder a facebook. Después quedamos aislados totalmente. Nadie podía dar una explicación coherente. Simplemente el Internet dejó de funcionar, le siguió el teléfono, los celulares, hasta la televisión. No salieron ni entraron vuelos, nacionales o internacionales. Nada. Asumimos todos que esto raro que pasaba con las comunicaciones era algo mundial...pero no había manera de constatarlo. Hasta que hoy, 27 de febrero, aparecieron las naves. Se quedaron suspendidas en varios puntos de nuestra ciudad. Por tres horas no hicieron más que encender y apagar luces. Ninguno de nosotros quería salir de sus casas. Yo me encontraba junto con Verónica en el INSIVUMEH (Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Metereología e Hidrología), tratando de encontrar alguna respuesta aunque bizarra, nos explicara este caos absurdo. Pero nos vimos frustradas rápidamente cuando las naves se abrieron y de unos orificios salieron extrañas armas que disparaban una especie de rayos láser. Rayos potentes que hacían derrumbar un edificio entero en pocos segundos. El ejército que se había reunido como pudo - para contrarrestar cualquier posible ataque - intentó defender nuestro suelo, nuestra gente...pero fue imposible. Todos los tanques, las estaciones, las filas fueron derribadas instantáneamente por los rayos de las naves que giraban de un lado al otro en perfecta sincronía con las demás. Nosotras pudimos ver todo esto desde lo alto del edificio donde estaba el telescopio nacional. Así transcurrieron largas horas de total atrocidad.
Cuando una de las torres donde estábamos fue devastada, bajamos llenas de pavor y nos escondimos detrás de las máquinas que miden los sismos. Ahí había un cuarto pequeñito, una especie de sótano. Era lo más seguro que pudimos encontrar. En total oscuridad decidí escribir lo que estaba viviendo. Poco a poco dejamos de escuchar los gritos, estruendos, explosiones. El olor a muerte y desolación inundaban nuestras almas. Con mucho temor pero sin nada que perder, decidimos salir del cuarto al cabo de ocho horas. Inmediatamente nos encontramos en medio de escombros, pero logramos ubicarnos dentro de las ruinas y aún así ver lo que sucedía en el exterior.
No lo podía creer. Las naves empezaron a descender. Muy cerca de donde nos encontrábamos se posó una y seguidamente las puertas se abrieron. Empezaron a bajar rápidamente, llevaban unos trajes verdes con gris, armas y cascos negros. Me parecieron muy "normales" para ser extraterrestres. Corrían rápidamente ubicándose en lugares estratégicos y no se podía ver cómo, pero sabíamos que se estaban comunicando entre sí. Motores en el cielo y luces inundaban las nubes negras de polvo y humo. Más naves llegaban, cientos de ellas. Bajaron una especie de tanques y más seres con cajas enormes.
Yo seguía escribiendo todo lo que sucedía, pero a los pocos minutos varios de ellos llegaron a donde estábamos. Se quitaron los cascos. Se tomaron una coca-cola, mientras se limpiaban el sudor en su frente. Me quedé fría...paralizada, cuando sus ojos verdes y azules nos encontraron. Al vernos nos apuntaron con las armas gritándonos: “Do not move! We repeat, do not move! Y se comunicaban: “Sir, two more survivors, sir. Awaiting for your instructions... Copy that”.
Nunca más volví a ver a mi amiga, pero sé que en algún lugar del mundo... vive en Norte América, al igual que yo.

No hay comentarios.: