jueves, 10 de febrero de 2011

Historia inconcebible mal contada – Héctor Ranea


Maese Huargacamán, archivelador de la Secretaria de Estado kungeliforme de Marte, se sentó en la silla que le ofrecía el Interpelador de la Fe, el Arcipreste Niccolò Hutad i Asma quien a su vez se había levantado de una posición bastante genuflexa frente a Monisior Namaesti, inquisidor en jefe, condestable de purgas, amanuense de pascalerías y torturador sagrado, quien había llegado al planeta de reciente.
Huargacamán tenía miedo, se sabía que Namaesti era implacable y todo lo que podía quemar, lo quemaba. De hecho, ya el aire de Kolonia Aubisonia estaba colmado de ese olor a azúcar quemada del papel ardiente, en la que los colonos debieron echar a las llamas los libros de los uhurenses, de los korindegones, y todas las especies marcianas. Namaesti no toleraba esa intraculturosidad que estaba rondando en el aire. Pero empezaba a regir el Protocolo del Monte Olimpo y era, por ende, el turno de los herejes. Y Huargacamán encabezaba la lista de ellos. Es más, se lo consideraba su líder.
Su herejía era pensar y predicar que los terrosos venían de un planeta exterior, lo cual estaba en contra de la legislación marciana que exigía que todos fueran originarios del planeta para poder aspirar a tierras.
Las convicciones de Huargacamán eran tan fuertes que muchos comerciantes de la zona de influencia de su secta empezaron a temer por sus propiedades y demás bienes, ya que si se ventilaban esos trapitos de la propiedad y demás azobotalenas, sus negocios no serían tan redituables, primero porque los marcianicas no irían a comprarles y segundo porque los gobernantes les cobrarían más impuestos.
Como Huargacamán era ignífugo, para Namaesti el ritual del fuego se le complicaba bastante, porque aún con un láser que hiciera estallar un artefacto quarconio de tercera generación, el gobolita saldría indemne. Además era soltero y no se le conocían parejas estables.
De todas maneras el Namaesti estaba contento. Las humaredas habían empezado a aniquilar por asfixia a todos los seguidores de Huargacamán así que éste quedaría más solo que dentro de un chaleco de salchichas y su movimiento aplastado no resurgiría.
Después de algunos lustros de torturas, Huargacamán fue dejado en libertad. Lo primero que hizo fue hacerse servir un cologo de birsa bien alcohólica, lo segundo conseguirse una mujer y finalmente fue al lugar donde escondió el equipo de clonadores. Trabajaría horas extra, pero cuando apareciese por Kolonia Aubisonia con su cohorte de seguidores, a Namaesti se le congelarían los terrenos, los dos porque se decía que tenía sólo dos.

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