En éxtasis, cómica y mártir, el alba huele a carne macerada y se entume en el cristal la imagen de novicia que desgarra al que la mira.
Ha perdido la cabeza y tiene miedo de contagiarse y corre de muro a muro y nunca la miel de la caricia tocó sus pensamientos.
Lo que está en su cuerpo no sale de su cuerpo.
Y el fuego, en su jungla tiene tregua; un hormiguero de apetito y ungüento de sal que se fastidia.
Antes del reino húmedo del viento ya su vientre ensuciaba las sábanas de premoniciones, de futuras contiendas que nunca llegarían.
Vino del mar y los ocres de la piedra le dieron ese rostro y muchas bocas le dieron nombre.
Su sonrisa sangra de su vientre y es un signo que flota y demasiada noche la penetra.
Su era es la del agua y la temperatura del azul es la ceniza que la tizna.
Arde como la piedra filosofal y deja la rosa de los tiempos clavada en la intimidad de los libreros.
Inoportuna y plural, el silencio de lo amado sufre, como sufre el ojo cuando arde.
Era el giro detenido del sexo y la nuca del sueño.
Era inaplazable la sed de sus entrañas y el torbellino de la nada.
Y era de camarón su torrente de signos.
Si. Era de camarón el delirio de sus muslos.
Ha perdido la cabeza y tiene miedo de contagiarse y corre de muro a muro y nunca la miel de la caricia tocó sus pensamientos.
Lo que está en su cuerpo no sale de su cuerpo.
Y el fuego, en su jungla tiene tregua; un hormiguero de apetito y ungüento de sal que se fastidia.
Antes del reino húmedo del viento ya su vientre ensuciaba las sábanas de premoniciones, de futuras contiendas que nunca llegarían.
Vino del mar y los ocres de la piedra le dieron ese rostro y muchas bocas le dieron nombre.
Su sonrisa sangra de su vientre y es un signo que flota y demasiada noche la penetra.
Su era es la del agua y la temperatura del azul es la ceniza que la tizna.
Arde como la piedra filosofal y deja la rosa de los tiempos clavada en la intimidad de los libreros.
Inoportuna y plural, el silencio de lo amado sufre, como sufre el ojo cuando arde.
Era el giro detenido del sexo y la nuca del sueño.
Era inaplazable la sed de sus entrañas y el torbellino de la nada.
Y era de camarón su torrente de signos.
Si. Era de camarón el delirio de sus muslos.
Tomado del blog Antojos
Acerca del autor:
Sergio Astorga
1 comentario:
Ni tan breve mi agradecimiento de esta Era de Camarón que proviene de mis recuerdos del Decamerón.
Abrazos profanos.
Sergio Astorga
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