lunes, 14 de febrero de 2011

El vórtice - María Felicidad López Vila


En la soledad de la madrugada brillaba altiva la luna, mientras escuchaba los lamentos de la hechicera, reclamando las caricias de su amado, en una noche tan fría. El recuerdo fatídico del momento en que los separaron brotó en su memoria atravesándola como una daga: fue después de Solsticio de invierno, un día gélido de cielo pálido y tierra mojada. Su deseo de venganza y de devolverlo a la vida era cada vez más fuerte. Un nuevo murmullo la devolvió al momento actual; era el silbido del viento que se filtraba por las paredes agrietadas de la mansión, susurrándole en sus oídos que el mago todavía la amaba y que su alma estaba atrapada en una dimensión tenebrosa. Gritó su nombre y su garganta se desgarró de dolor pero sólo el eco le contestó. Agachó la vista y bajo sus pies, tapados por el polvo, había un Pentáculo de cerámica deteriorado. Se introdujo en el centro del círculo y en la punta superior de la estrella sintió cómo por ella penetraba el espíritu eterno de la Diosa conexionando su alma con el de la madre tierra. Mientras ella invocaba al Poder Supremo, su potestad mágica suspiraba entre el cemento, deslizándose por las calles y elevándose hasta el firmamento. El pórtico tridimensional donde los difuntos podían acceder al mundo de los vivos comenzaba a ensancharse, entre los vórtices de metal, aire y fuego. El cielo se encontraba con la tierra en el mayor de los intermedios, la media noche, y lo superior se unía a lo inferior dejando fluir libremente toda la fuerza mágica latente.

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