sábado, 1 de enero de 2011

Comestible - Niklas Peinecke


Me desperté babeando en algún momento en medio de la noche. ¡Me había dormido mirando la tele! Tenía los pantalones de gimnasia pegados al cuerpo como una criatura marina muerta: salados y húmedos. En mi boca se demoraba el sabor de las papas fritas que había estado comiendo; me levanté del sofá. Raro.
No estaba seguro de haber apagado el televisor, aunque considerándolo bien, siempre estaba prendido cuando me despertaba. Observé el equipo con detenimiento; de algún modo la pantalla se había vuelto lechosa, como si alguien la hubiera frotado con manteca de cerdo. Estiré la mano. No estaba grasiento, sino más bien seco y sin brillo. ¡No parecía un televisor!
Un momento. Claro que se parecía a un televisor, pero sólo por fuera. Como si una medusa hubiera imitado la forma del aparato. Fue entonces que noté otros detalles que me llamaron la atención. Las esquinas estaban redondeadas en exceso, derretidas, como si la caja se hubiera calentado demasiado. Me incliné para ver detrás del artefacto.
Ahí estaba el cable, surgiendo de la parte trasera, semejante a un cordón umbilical negro. Las rejillas de ventilación habían adoptado la forma de branquias que se movían suavemente, como si la pantalla respirara.
¿Lo estaba imaginando? ¿O la cosa realmente pulsaba?
En ese momento perdí el equilibrio. Estaba demasiado inclinado y antes de tomar conciencia de lo que estaba haciendo, me aferré a una esquina de aquel aparato bestial. Con la mano apreté un poco el caparazón, que se partió como si fuera corteza, produciendo un ruido crujiente y mi brazo se sumergió en la masa húmeda que se encontraba debajo. Un estremecimiento recorrió mi cuello, y rápidamente retiré la mano, aunque no pude evitar que unas migajas húmedas se pegaran a ella.
Pero, ¿qué era eso? Un olor delicioso salió de la masa, un olor como de tarta recién cortada, con aroma a limón y vainilla. Se me hizo agua la boca, un apetito devorador, como el que suele atacarte de madrugada.
¡Era algo asqueroso! ¡Mi televisor se había convertido en una cosa repugnante y yo estaba pensando que deseaba comérmelo!
Lamí una migaja de la mano y un sabor sin precedentes explotó en mi boca, como de cilantro y pan, patatas doradas y mazapán y... y…
Con la otra mano tomé el caparazón de la criatura, arranqué piezas cada vez más grandes del cuerpo, de lo que alguna vez había sido mi aparato de tele. Apenas mastiqué. Devoré pedazos de la masa, jadeando, sin masticar; hacía rato que mi hambre se había convertido en codicia. Me encontré de rodillas ante del equipo, metí la cabeza en el hueco partido para morder la pulpa.
En algún momento debo haber perdido el conocimiento.

Me despertó la voz de Sofie. —¿No quieres venir a acostarte?
La escuché llamar desde el dormitorio, andar a tientas por el pasillo.
—¡Sofie! —gemí—. ¡Tuve una pesadilla horrorosa!
El grito ahogado de ella me obligó a abrir los ojos.
¡No había sido un sueño! Me encontré de bruces ante el aparato medio devorado, frente a la herida que había creado con mis mordiscos; los labios del cráter empezaban a enrollarse, como si se estuviera iniciando una especie de curación. Quería levantarme, pero no podía. Mis brazos habían penetrado en el suelo hasta los codos. Volví la cabeza y vi que también mis pies habían echado raíces en el piso.
Me saltaron las lagrimas y mi corazón parecía apretado por una enredadera.
—¿Qué me pasó?
—¡Oh Dios! —gimió Sofie. Se había arrodillado frente a mí, vestido con su pijama; tomó mi hombro derecho con las dos manos y tiró. Pero en vez de separarme del suelo se quebró un trozo del hombro con un suave crujido. No me dolió para nada, sólo sentí un leve tirón en ese sitio.
Sofie mantuvo la vista clavada en el suelo, dejó caer el hombro y vomitó cerca de mis piernas. Se limpió la boca con la mano. —¿Qué pasó?
No podía responderle, pero un olor familiar y apetitoso salió del hueco de mi costado. Mi estómago sonó perceptiblemente e intenté volver la cabeza de modo que pudiera morder un trozo de mi propio cuerpo, pero no lo alcancé.
Sofie levantó la porción de hombro caído y lo olfateó. Luego se lo metió en la boca y masticó ansiosamente. Después de haber comido el primer trozo, empezó a comerme  pieza por pieza.

Título original: Essbar
Traducción directa del alemán:  Regina Sedelke.

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