Confundidos por el polvo del desierto sus ojos como barcos muertos ya no distinguen el borde del abismo, ni el sendero escarpado, ni esa piedra antigua del animal rastrero que sobrevive casi como él mismo. Huye porque si, ya no pregunta por la libertad posible, no busca la fuente para su sed ni responde por los dioses que lo aturden con su silencio. En el miedo secular que lo inunda, intuye que la sinrazón puede o no estar en la sabana amarillenta y estéril o más allá de una frontera cualquiera, no importa dónde, para él será igual. No oye los gemidos ni los gritos a su alrededor. Su cuerpo es un pájaro pesado y torpe, no recuerda en qué árbol perdió su nido; sólo puede seguir y seguir y tropezar con esqueletos de bestias; no puede caer derrumbado y tampoco puede detener el paso para conmoverse, menos a yacer en paz: el niño que aún gime de sed sobre sus hombros lacerados le exige seguir errando peregrino. Cuando cae, sus huellas ya estaban borradas.
Tomado del blog: http://decuentosypoemas.blogspot.com/
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